lunes, 28 de julio de 2014

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XXVI: Verdades

Ver a Gerardo en aquella habitación provocó que una evidente falta de fuerza la afectara. Consciente de que una caída no le ayudaría a mantenerse serena y así pasar inadvertida, allegó sus piernas titubeantes al sofá más próximo. Por momentos sintió que no lo lograría. Sin saber qué hacer o cómo actuar, las preguntas que comenzaron a llenar su mente trajeron recuerdos que de pronto respondieron gran parte de ellas.

La historia de la familia de Gerardo no le era ajena después de todo. El hombre del que le habló su mamá, era precisamente el padre de Gerardo. La mujer, de la que con tanto desprecio se refirió la señora Isidora era su adorada madre; la otra mujer de la historia, quien había tomado un lugar que no le correspondía y que posteriormente fue infeliz por ser quien más amó, era su tía; la madre del hombre que ella amaba. Su mundo se vino abajo ante una perspectiva tan sombría. Se preguntaba, ¿cómo podría decirle la verdad? Ya no solo estaba el hecho de mentirle sino que, además, su madre había contribuido directamente a la infelicidad de su familia.


Los cabos que logró anudar en aquel pequeño momento de lucidez, trajeron a su memoria el incidente en la casa de campo. El extraño sueño que tomó como un absurdo, la llenó de dudas. ¿En verdad habría tenido lugar aquel suceso?; y si fue así ¿por qué Gerardo no le confirmó que era cierto?; el recuerdo de la actitud de él le hizo desechar toda duda. ¿Qué sentido tendría ocultarle una información así; si él pensaba que ella, en ese tiempo, era efectivamente su prima?

Las presentaciones y reencuentros dejaron de lado toda formalidad, después de todo, y como Mercedes alegaba a su favor, eran familia. Le alegraba tanto saber que tenía tantas primas, aunque sabía de sobra que solo tenía una, pero aquello no le importaba, pues ya dejaba de ser la única mujer en la familia y esa perspectiva la llenaba de planes y proyectos para el futuro.

La alegría que llenó casi por completo la habitación fue una excusa perfecta que Gerardo aprovechó para acudir al lado de Julia. Ella sin saber cómo actuar en ese instante no supo en qué momento las palabras habían comenzado a fluir y una pequeña conversación se había dado entre ellos, ya no como los enamorados que habían jurado volverse a encontrar sino como los recién conocidos que eran. La sorpresa de que Gerardo le tomara la mano no dejó indiferente a nadie y mucho menos la respuesta que éste dio ante las miradas curiosas.

—Nosotros ya nos conocíamos, nos vimos hace meses en el parque. Claro, sin saber lo que éramos. En ese entonces me atreví a darle un pequeño consejo a mi prima y por lo que recuerdo no tomó a bien mi atrevimiento.  

—Se equivoca usted, no sabe cuán útil ha sido para el bienestar de nuestra familia aquél encuentro —logró decir algo incómoda luego de pensar que ni aún Gerardo tenía conocimiento de todo lo ocurrido entre ellos.

Una vez que el interés por saber en detalle las circunstancias bajo las que se habían conocido fue satisfecho, la atención se desvió hacia los recuerdos no vividos producto de la separación de la familia. Mercedes, no dejaba de expresar la felicidad que sentía y declaraba una y otra vez que no sabía cuál de sus primas se convertiría en su favorita. Tenía muy en cuenta que una de ellas debía pasar un tiempo en su casa. Pronto se convenció que la indicada para todo aquello era Jane, pues la falta de conexión que, por esos días sufría, la hicieron merecedora de toda la atención que una naturaleza como la de ella podía entregar; y bueno, porque al fin de cuentas fue la única que no pudo negarse con firmeza como lo hicieron sus hermanas al momento de presentarse la oportunidad.

El tiempo de estar a solas para Julia y Gerardo llegó una vez que fue anunciada la cena. La habitación que fuera testigo del reencuentro familiar comenzó a quedar vacía, las voces eran un murmullo lejano a medida que todos se dirigían al comedor. Que Julia se quedase y nadie lo notara fue un alivio para su alma. Su actuar, de ahí en adelante, debía ser cuidadoso. Un movimiento en la puerta precedió la figura que anhelaba ver. Tener a Gerardo frente a ella no ayudaba a su claridad, sentía celos de sí misma por la manera en que había sido tratada, era como si ella jamás hubiera existido para él. Le molestaba en exceso que se preocupara tanto de una persona que apenas conocía, aunque se tratara de ella misma. Y cuando sus pensamientos no hacían distinción entre lo que era correcto y lo que no, se sorprendió al escuchar:

—Perdóname, nunca quise mentirte. He actuado como un cobarde. El miedo a perderte me ha consumido desde el día en que llegaste al hospital.

Las palabras de Gerardo resonaban en un confuso razonamiento que Julia trataba de aclarar. En varias ocasiones dio por sentado que Gerardo la despreciaría por cómo había conducido todo lo que los unió y estaba dispuesta a enfrentar con entereza su destino. Si estaba preparada o no para soportar un futuro sin él, era una respuesta que solo el paso del tiempo le daría. Antes que una nueva frase se armara en su cabeza el fuerte abrazo de Gerardo le impidió seguir pensando. Las palabras que había preparado para ese momento fueron desapareciendo una a una.

Cuando Gerardo comenzó, con ternura, a recorrer el rostro de Julia fue inevitable que ambos recordaran el primer beso. Julia al percatarse de la intención de Gerardo no pudo más que cerrar sus ojos y entregarse al momento. No supo en qué instante sus brazos se alzaron detrás del cuello de Gerardo para impedir que se separara de ella. Sentir su respiración tan cerca hizo a su corazón latir fuertemente, parecía que deseaba salir corriendo, pero ahí estaba: a la espera de que él decidiera calmar su ansia. Los segundos de espera parecieron eternos, pero al fin, una vez que ella logró abrir los ojos para saber qué sucedía, él, con una sonrisa, le hizo entender que era su permiso lo que esperaba para continuar y ante el impulso de Julia de atraerlo para sí, la besó.
 


—¿Sientes algo por mí ahora que sabes la verdad?—se aventuró a decir Gerardo, descansando su frente en la de ella.

Sin tener claro qué decir en ese instante, Julia, asintió con un leve movimiento. Segundos más tarde, la calma y claridad que producía en ella el silencio la llevó a decir que por absurdo y contradictorio que pareciera ella no estaba dispuesta a seguir con una mentira. Sabía a la perfección que ella era la culpable de la situación que estaban viviendo, ella había comenzado con el engaño. No entendía por qué razón Gerardo insistía en que todo aquello continuara, declaró, una y otra vez, que una relación basada en la mentira no podría fortalecerse jamás; que estaba destinada al fracaso.

Previendo que pronto notarían su falta en el comedor, Julia, logró que Gerardo soltara sus manos que, hasta ese instante, mantenía entre las suyas con firmeza. Antes que llegara a la puerta, Gerardo, con un  movimiento repentino, le cerró el paso y la besó nuevamente. Frente al asombro de Julia por aquella inesperada acción, Gerardo, con firmeza en sus palabras y en su mirada le dijo:   

—Julia, lo que sentimos no es mentira. 


3 comentarios:

Unknown dijo...

Jennieh, amiga, ¡gracias!
¡Gracias por decidir seguir con esta hermosa historia!
¡Gracias por continuar con la historia de amor de Gerardo y de Julia!
Me ha gustado conocer la verdadera historia de la familia de ambos.
Y gracias por esa última frase tan hermosa que hay al final del capítulo: "Lo que sentimos no es mentira".

Unknown dijo...

Jennieh, amiga, ¡gracias!
¡Gracias por decidir seguir con esta hermosa historia!
¡Gracias por continuar con la historia de amor de Gerardo y de Julia!
Me ha gustado conocer la verdadera historia de la familia de ambos.
Y gracias por esa última frase tan hermosa que hay al final del capítulo: "Lo que sentimos no es mentira".

M dijo...

Puedo hacer una pregunta? A veces siento que muchas de las mujeres que les gusta Pride and Prejudice tienen predilección por la vida en esa época. Incluso, preferirían vivir en esos años. Es esto verdad, o solo representa las ganas de abandonar la sociedad como está ahora?