domingo, 29 de septiembre de 2013

La verdad de una mentira

CAPÍTULO XXV: Ineludible


“Si la vida cumpliera todos nuestros deseos sin ninguna complicación, vivir sería algo que haríamos con el mayor de los gustos.”

Gerardo no tenía duda de que era correspondido en su amor. El recuerdo de aquella mañana en que ella no lo detuvo cuando él la besó, ni en el momento en que desesperadamente le ofreció su corazón, llenaba su alma de valor; pensaba que ellos sí podrían ser felices. Lo que inquietaba a Gerardo era la reacción de Julia cuando se enterara que, en gran parte,  la persona que fingió ser, era verdad. Lamentaba la oportunidad que había desaprovechado aquel día en que logró expresar el sentimiento que llevaba guardando en su corazón desde, lo que para él, parecía una eternidad, pues en ninguno de los escenarios imaginó que la familia volvería a unirse tan pronto. Por ese motivo cuando su abuelo le escribió la carta anunciándole las excelentes noticias que tenía, la desesperación lo envolvió. Necesitaba ser el primero en informar a Julia la verdad que encerraban sus palabras cuando ella decidió hacerse pasar por su prima.


El regreso de Julia se encontraba sujeto a una promesa, él no la dejó partir hasta que de ella obtuvo la declaración que llevaba queriendo oír desde hacía mucho tiempo. Ella también lo amaba y le prometió que volvería tras obtener el permiso de su madre para, por fin, estar juntos con total libertad. Días más tarde, cuando se enteró de las noticias, Gerardo, se reprochó la manera tan tonta en la que había dejado partir a Julia.

Asumiendo la cobardía de aquel día y, con el firme propósito de apagar las ideas que rondaban y atormentaban su mente decidió presentarse en casa de Julia; para su sorpresa la casa se encontraba vacía. Sin claridad en sus actos, se dirigió hasta el teatro con la certeza que desde allí podría ver cuando ella llegara a la floristería. Esperó durante todo el día, pero nunca la vio entrar o salir; suceso que lo llenó de inquietud. ¿Sería posible que ya se encontrara viviendo con su abuelo? Necesitaba ayuda, pero de quién. De pronto la figura de Carlos se alzó en su mente y supo que él estaría dispuesto a ayudarle; claro después que le confiase todo lo que envolvía la relación con su prima.

Las apreciaciones de Carlos, con respecto a la situación de Julia y Gerardo, no estuvieron exentas de la ironía con que solía abordar casi todo en la vida. Aún así no lograba comprender como su amigo y casi hermano había actuado de forma tan errada si desde un principio sabía los sentimientos que Julia provocaba en él. Consideró que de forma independiente a los reproches y dudas que le causaba la verdadera procedencia de Julia, jamás debió permitir que ella comenzara con aquella farsa.

A Carlos no le faltaron excusas para presentarse en casa del abuelo de Julia. En su lista figuraba la idea de llegar por algún encargo de su madre, consultando por el bienestar del viejo, como solía llamarle, pero que finalmente apagó, pues como se enterara doña Isidora que él usaba su nombre para algo así lo dejaría en ridículo donde fuera para vengarse; muy capaz la veía de cumplir su promesa de amarrarlo en la puerta de la catedral. Finalmente optó por la excusa más razonable y que no despertaría ninguna duda. Se presentó buscando a Julia por encargo de Eloísa.

En un principio a ésta le costó entender el porqué de tanto interés por ella de manera repentina, aunque finalmente terminó por confiar en él. Le contó todo lo referente a su nueva situación y de los detalles de la reconciliación que se dio entre su abuelo y su madre. Por las conclusiones que pudo extraer Carlos de su visita, no existía duda que, Julia, ignoraba por completo su parentesco con Gerardo.

Amablemente, Carlos, se ofreció para acompañar a Julia hasta el parque, donde sus hermanas la esperaban; enterándose así que aquello se había vuelto muy regular en su vida. Con bastante tiempo para ellas, desde que su abuelo se negara a que cualquier miembro femenino de su familia trabajara, las mujeres de la familia Domínguez pasaban gran parte de sus días paseando; y aquel día, sus hermanas, adelantándose a Julia lo hicieron nuevamente. Matías, el hijo de Ema, disfrutaba mucho de aquellas tardes de aire libre, mientras que Ema y Jane atesoraban en su corazón aquellos días, anhelando que jamás terminaran. Preocupada por la tardanza de su hermana, Jane no dudó en reprenderla sin fijarse que Julia iba acompañada. Más tarde, luego de las presentaciones, Jane, avergonzada se dedicó a cuidar a su sobrino; tratando de olvidar la cara de diversión que su actitud para con Julia había provocado en Carlos.

Con la información reunida por su amigo, Gerardo se dirigió al día siguiente hasta la casa de su abuelo. Su hermana se encontraba reunida con él para darle a conocer el extraño comportamiento de Gerardo. Se quejó de la forma tan despreocupada que les había recibido, unos días atrás, a ella y a su esposo, en su casa de campo. Sin negar el descontento que le producía el verlo allí, luego que se enterase que él ya conocía todos los cambios en la familia mientras ella le visitaba, le dio varias palmadas en la espalda como cuando eran pequeños; señal inequívoca que su enojo duraría por un tiempo indeterminado. La vida de Mercedes se resumía principalmente a asuntos sin importancia, destacando sobre el resto, su preocupación por estar al día de cualquier suceso, por muy insignificante que fuera.

Sin una excusa que permitiera explicarle a su abuelo lo sucedido y, además, sin poder recorrer la casa con libertad, Gerardo, se vio obligado a escuchar, por más tiempo del que acostumbraba, los reproches de su hermana. Cansado y sumido en sus pensamientos no puso atención cuando su abuelo les anunció que la oportunidad de reunirlos a todos había llegado; acostumbrado como estaba a hacer oídos sordos a todo lo que su hermana decía, no fue capaz de interpretar el cambio de actitud que ella vivió una vez que, don Pablo Recabarren, salió de su despacho.

No pasó mucho tiempo para que un inusual movimiento llenara la habitación de vida y de voces que, Gerardo, no lograba reconocer en la distancia del mundo que había construido durante los últimos minutos. Solamente un fuerte apretón en su hombro izquierdo le hizo reaccionar. Frente a él, un grupo, en su mayoría mujeres, a quienes no conocía; en un rincón unos ojos que lo miraban con desesperación.


Nota: Quizás este capítulo les habrá parecido algo extraño, pues los hechos sucedieron de una forma un tanto curiosa al ser finalmente Julia la sorprendida. Y es que como me pude dar cuenta, en algunos comentarios del capítulo anterior, se piensa que Gerardo no tiene conocimiento del parentesco que existe entre Julia y él, lo que en realidad no es así, pues él conoce desde bastante tiempo atrás el pasado que los une. Espero que se encuentren súper bien y que les haya gustado. Trataré de esforzarme para entregar la parte que sigue. Un beso, hasta la pronto.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XXIV: Al tiempo


Volver al curso normal de la vida significaba para Julia renunciar al amor, algo a lo que ella no sentía la menor inclinación. Pero ¿cómo explicar todo lo que había sucedido? Varios asuntos que la avergonzaban quedarían al descubierto y eran precisamente los que atormentaban su alma. ¿Sería capaz Gerardo de perdonarla? ¿Qué opinaría su madre? ¿Qué sucedería con ella en la nueva vida que su abuelo les ofrecía, lo decepcionaría? Incapaz de soportar la confusión de sus pensamientos, que la llevaban una y otra vez a los peores escenarios, llegó a concluir que lo mejor para apaciguar su espíritu era dar un paseo y decidió hacer una visita a su amiga Eloísa, a quien no veía desde su regreso.

Eloísa estaba radiante, —prepararse para la felicidad—, como ella le aseguró en más de una ocasión durante su visita, era una tarea fácil de emprender si se contaba con tanto a favor. La noticia no había dejado de sorprender a sus padres, a quienes aún les costaba comprender la rapidez con que sucedieron los acontecimientos; un día su hija había salido y al otro regresaba convencida de haber encontrado el amor. De ningún modo habrían imaginado que alguien que tantas veces suplicó por otro tipo de vida volvería así, sin más, a expresarles su deseo de casarse. Convencidos como estaban que la unión con Fernando era conveniente para las dos familias no hicieron esperar su bendición y fijaron como fecha para la boda el primer día del mes de abril.

Para su sorpresa y cuando ya se disponía a dar por terminada la visita, Julia, fue interrogada unos minutos antes de la llegada de Fernando. Eloísa, deseaba saber cada detalle de lo sucedido entre su amiga y Gerardo. Su cara no dejó de mostrar sorpresa al saber que una vez más Julia había desaprovechado la oportunidad de aclarar su situación, y sin dejar que el cariño que sentía por su amiga se interpusiera entre lo que era correcto, le hizo ver nuevamente lo mal que había obrado.

—Julia, ¿porqué no acabaste con toda la farsa en aquel momento? Tuviste la oportunidad de hacerlo, él no puede seguir engañado, ¿lo comprendes?

—Sí, lo sé. Tuve miedo, lo tengo ahora y en realidad no sé cómo enfrentarlo.

—Ni siquiera puedo imaginar lo difícil que debe ser para ti todo esto, pero te aconsejo que lo hagas. Ponte en su lugar, ¿te gustaría que alguien te engañase así?, ¿lo perdonarías?

—En este momento ya no sé nada, no sé cómo reaccionaría si…

Sin poder terminar la frase tomó aire, sabía que Eloísa tenía razón, Gerardo no podía seguir engañado. Justo en el momento en que se disponía a relatar a su amiga el curso de sus próximas acciones llegó Fernando quien no pudo resistirse de abrazar a Julia con cariño, y una efusividad poco característica en él, al recordar que parte de su felicidad se la debía a ella.

—No sabe cuánto la extrañe, deseaba hacerle saber lo dichoso que he sido desde que decidí seguir su consejo, le debo parte de mi felicidad.

— ¿A mí?, no lo creo; más bien véase a sí mismo, porque de no ser la persona que es usted de seguro que ningún otro hombre hubiera hecho desistir a Eloísa de la decisión que había tomado hace años. Créame lo que le digo, mi amiga es lo bastante testaruda y finalmente hubiera logrado su propósito, incluso con el consentimiento de sus padres, lo bueno es que usted apareció y nos ha regalado el privilegio de seguir contando con su compañía; y claro, el sumar un nuevo amigo para nuestras vidas.

—Agradezco sus palabras, pero considero necesario hacerle justicia, usted me ayudó, sus palabras me infundieron valor para no dejar escapar la felicidad. Quizás no sea adecuado que diga esto estando usted presente, sin embargo, y sin ánimo de ofenderla, no puedo dejar de hacerle saber que he encontrado en Eloísa a la más perfecta de las mujeres.

Tiene usted toda la razón, ella es perfecta —dijo sonriendo y acercándose a Eloísa, agregó—. Me alegra que nadie más que usted se percatara  de esto.

Eloísa, que aún no se acostumbraba a la atención que generaba por esos días, sintió como sus mejillas pasaron de su normal color rosa a un carmesí que la llenó de inquietud al sentir que no podía controlar su emoción al estar frente a Fernando. Ella nunca había sentido inquietud por el amor de un hombre al creer, desde muy pequeña, descubrirlo en Dios, y agradecía todo aquello, pues tenía plena certeza que su amor por Fernando era puro. Descubierto en el momento preciso había entregado su corazón a un hombre que, al igual que ella, no había amado jamás.

Convencida como salió Julia de que la felicidad era posible y, llegando, más tarde, a la conclusión que el amor podía perdonar y curar mucho más de lo que la razón permite, se dirigió hasta su casa para comenzar sincerándose con su madre; lo que no imaginaba es que durante aquella tarde Gerardo había llegado a Santiago con la misma determinación, consciente de la nueva realidad de su familia y en pleno conocimiento de los obstáculos que se podían presentar; necesitaba que Julia se enterara por él del pasado que los unía y de su disposición a enfrentar todo lo que se interpusiera entre ellos.    


domingo, 25 de agosto de 2013

La verdad de una mentira


CAPÍTULO XXIII: Regreso a casa
            

A pesar que el viaje hasta la estación había sido lento y tedioso, el encontrarse sola fue favorecedor para Julia. Los constantes cambios que sufrieron sus emociones le hicieron llorar en más de una ocasión. En el instante que subió al vagón sintió que su corazón se había vuelto fuerte; aún sin saber el verdadero significado, pero ahí estaba dispuesto para afrontar todo lo que se interpusiera entre Gerardo y ella. La tranquilidad que le proporcionó el viaje la sorprendió, y sin poder evitar la ironía de sus pensamientos se dedicó a mirar los distintos paisajes que se presentaban a medida que el tren avanzaba.
         

Cuando Julia llegó, sus hermanas llevaban varios días en casa. Ema, por comentarios que logró escuchar de su madre, ya había recuperado gran parte de su salud; sus mejillas estaban volviendo a tomar ese exquisito color rosado, que todos alababan en su niñez; sus ojos ya no lucían cansados y comenzaban a recuperar el brillo que un lindo color verde les puede proporcionar; todo atribuido, según ella, a la reciente labor y dedicación de madre que profería al pequeño Matías. Misión que, como abuela entusiasta, había decidido tomar durante varios días, para que su niña pudiera descansar.

La situación de Jane era distinta, su aislamiento era un punto de preocupación para todos en la casa, la actitud tan fría que había tomado frente a la vida les llevó a preguntarse qué le había sucedido. A todos les resultaba difícil entablar una conversación sin que ella se mostrara incómoda o indiferente frente a temas que, antes de su partida, le producían entusiasmo y satisfacción. Sin embargo, como se enteró más tarde, en más de una ocasión le habían escuchado llorar y muy por el contrario de lo que cabría esperar esto les daba esperanzas, pues una parte de la Jane que conocían seguía allí. Vieron en su actitud una máscara que le permitía conectarse con el día a día.

Para Jane, la indiferencia, fue la única solución que encontró para seguir viviendo, su única fuente de energía. Le permitía mantenerse erguida, a la espera que sucediera algo que le devolviera las ganas de vivir la vida que tanto había anhelado.

Las novedades en el ceno de su familia  no dejaron de sorprender a Julia; al segundo día de su llegada volvió a encontrarse con el hombre que,  en su antigua visita, había dejado tan descompuesta a su madre, pero esta vez su presencia causaba una reacción muy distinta. Julia, no logró salir de su asombro cuando su madre le recibió con una alegría que logró comprender una vez que ella le llamara muy afectuosamente padre. El semblante del hombre era, también, muy distinto del que recordaba; le pareció mucho más joven en ese instante; la felicidad que brotaba en cada uno de sus gestos, de sus miradas, le favorecían constantemente.

A medida que pasaron los días, contando con muy poco tiempo para pensar en su propia vida, Julia, llegó a saber con detalle cada uno de los sucesos, que por esos días, tenían tan feliz a su madre. En un principio le costó acostumbrarse a la idea de que, en ese momento, tenía una familia más numerosa, así como que, aparte de su abuelo, le faltaba conocer a dos primos que estaban próximos a llegar a Santiago; a quienes éste último les atribuía la misma disposición a brindarles protección y cariño.

Con la costumbre, que solo los días saben entregar, Julia llegó a sentirse menos incómoda ante él y las afectuosas muestras de cariño que de su abuelo recibió, la llevaron a preguntarle el porqué de tal actitud para con ella, pues en algunos momentos le parecía notar nostalgia en su mirada. La respuesta que recibió la llenó de temor y más dudas.

Para ese entonces a Julia no le extrañaba que más de una persona la encontrara parecida a algún conocido, en los últimos meses le había sucedido con frecuencia, y llegó a pensar que su cara debía ser una a la que las personas relacionan fácilmente con otra; pero que su abuelo se impresionara con la similitud que mediaba entre ella y su tía la llenó de curiosidad. Las comparaciones para Julia sonaban en su cabeza como un absurdo, pues ella no concebía imaginándose parecida a alguien que no tendría, quizás, la oportunidad de conocer. Nunca hasta ese entonces había encontrado sentido a que la compararan; tal efecto se debió a que la referencia por fin tendría un nombre y, si corría con suerte un rostro al cual admirar; y así, de una vez, juzgar por sí misma si aquella aseveración era correcta.

El negocio que habían logrado instalar con su madre marchaba cada día mejor. Los pedidos de arreglos florales habían aumentado significativamente obligando a la señora Isidora a contratar dos personas para que la ayudasen; por entonces la moda de instalar pequeños lugares de reuniones para las damas había cobrado fuerza. La singularidad con la que creían contar era la particular fijación que sentían de instalarlos como terrazas, y así, en los meses que duró el verano de aquel año, Santiago, contaba con varios de estos sitios que, muchas veces, se encontraban uno al lado del otro.



Nota: ¡Hola!, después de tanto tiempo es agradable saludarles. Agradezco que pasen a darse una vuelta. Como se habrán dado cuenta le di un nuevo respiro al blog, una especie de fashion emergency, espero que les guste: cambió de color y al final encontrarán los links directos a cada capítulo de las historias que aquí he publicado.
¡Qué tengan un feliz domingo!
Les quiero mucho.
Un beso.
P.D: En el blog "Déjame contar palabras" explico algo sobre mi ausencia de estos meses; si desean pasar pinchen AQUÍ
(Jajaja, que volada soy. Ya está, he puesto el enlace que había olvidado).

miércoles, 13 de febrero de 2013

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XXII: Al alba    


Gerardo, no permitiría que ella lo abandonara. La larga noche que había pasado en la biblioteca le hizo volver a tomar las riendas de su vida; la oscuridad de sus ojos se había ido disipando poco a poco en los últimos días. Se preguntaba si alguien se habría percatado; y, aunque la costumbre puede volver ciertas situaciones en algo real, él no estaba para seguir disimulando, le había costado demasiado esfuerzo fingir durante todos esos días. Verla nuevamente fue un privilegio, con anterioridad a su accidente solo lograba hacerlo desde la distancia. Había tenido la oportunidad de verla sonreír y adoraba cada vez que lo hacía, pero también había alcanzado a ver como su alegría se apagaba poco a poco y no pudo dejar de sentir culpa.

Sabía perfectamente, por la expresión de su rostro, que su actitud la había decepcionado, su actuar lo hizo sentir indigno y no merecedor de los cuidados y el afecto que Julia le profesaba, ¿cómo había sido capaz de pedirle que se fuera casi de inmediato? La desesperación, ¿tal vez?, ese deseo incontrolable que se había apoderado de él; la necesitaba, de una extraña manera que aún no comprendía del todo; algo que hasta entonces jamás había sentido por una mujer. Estaba decidido, ni siquiera el deseo que Julia se descubriera a sí misma le impediría hablarle de sus sentimientos.  

Gerardo se apresuró a seguir sus impulsos y cuando se disponía a salir leves ruidos indicaron movimiento en la casa. Convencido que debía tratarse de Julia no pudo evitar sentir dolor y enojo al saber que ella tenía la intención de partir sin despedirse. Sonrió ante el poco sentido común que le quedaba. ¿Cómo podía esperar que Julia fuera hasta su puerta a despedirse?; después de todo ¿no había sido él quien fijó la fecha de su partida?


Sin querer satisfacer su curiosidad, porque suponía muy bien a quien encontraría detrás de la puerta, Julia, decidió continuar su camino. Al momento en que llegó a las escaleras la pregunta de Gerardo la hizo paralizar.

— ¿De qué huye?, ¿a qué le teme tanto, Julia?

—No estoy huyendo. Solo me ahorro la vergüenza de ser lanzada de su casa.

—Si es por lo que dije ayer, perdóname, por favor.

—No es sólo por eso, verá si permanezco por más tiempo usted tendrá otras razones para hacerlo y, ese momento no podré soportarlo —dijo, volteando por primera vez para mirar a Gerardo.

—Cuéntame qué te sucede, creo que entenderé.

—Lo dudo. Ayer, demostró claramente que no es capaz de entender razones que se antepongan a sus deseos —dijo con brusquedad—. No crea que existe resentimiento por su actitud. Le he disculpado, incluso, antes que lo pidiera. Es hora de partir —sentenció endulzando el tono de voz, mientras trataba de memorizar cada detalle de él—, adiós.

—No te vayas de esta manera, sé que por momentos suelo ser intransigente; me comporté de manera muy injusta contigo. Necesito…una prueba para quedar en paz y saber que he sido perdonado—dijo con una sonrisa—. Ven acércate.

Julia, se acercó muy nerviosa hacía varios minutos que su corazón trabaja de manera intermitente. Sin saber de dónde obtuvo fuerzas para retroceder llegó donde se encontraba Gerardo. Sin percatarse que él le había entregado una llave y menos aún, sin escuchar lo que decía, la dejó caer. El sonido la hizo reaccionar y volver al tiempo y lugar donde debía encontrarse. Asombrada por lo sucedido, una vez que encontró la llave, Gerardo, repitió la petición. 

—Necesito que hagas algo por mí, en el correo encontrarás una casilla a mi nombre. Cuando tengas su contenido entrégaselo a Dan, mi secretario. Aquí están las llaves y el número.

—Bien, pero no entiendo ¿porqué debo retirar el contenido?, creo que bastará con dejar las llaves a su secretario y que él se encargue.

—No, esto es un asunto personal y solo confío en ti.

—Está bien, no tenga dudas que haré lo que me pide.

Justo cuando se disponía a retomar su camino, Julia, reaccionó sobre la manera en que Gerardo la había tratado, pero deseó continuar con su camino, quedarse sería peligroso y más cuando la visita de su hermana era inminente. En tanto se alejaba, unos pasos firmes y presurosos se acercaron a ella, en un instante, Gerardo estuvo a su lado, sosteniéndola. Sin saber de dónde obtuvo fuerzas, Julia, forcejeó para soltarse. La sorpresa de aquel suceso hizo que sus mejillas se encendieran por dos motivos a la vez. Ella sintió vergüenza y bajó la vista; anhelaba que volviera a suceder lo que en el hospital, deseaba volver a sentir aquella sensación que le produjo encontrarse rodeada por sus brazos y sentir la calidez de su respiración cuando la besó en la mejilla; pero al mismo tiempo se sintió enfadada consigo misma ¿cómo volvería a vivir? Una corriente recorrió por completo su cuerpo cuando él, con suavidad, logró voltearla y atraerla hacia sí.

Gerardo, comprendía las dificultades de explicarlo todo, pero lo había decidido, ya no estaba dispuesto a seguir con ese juego absurdo, la verdad se había dado paso entre las circunstancias de ambos y daba gritos por salir de una vez por todas.

Mientras él la abrazaba, Julia, trató de encontrar una explicación a lo que allí estaba sucediendo, para ella todo se debía a su creciente imaginación, sin duda, era otra de sus visiones. Trató de despertarse a la fuerza y como no lo consiguió se dijo en un susurro:

—Despierta, Julia.

Gerardo, sonrió; tomó suavemente sus manos, y mientras alcanzaba su rostro, le respondió:
             
—Esto no es un sueño, mi ángel.


domingo, 10 de febrero de 2013

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XXI: Horas de silencio
           

A la mañana siguiente, los dos se despertaron sorprendidos por dónde se encontraban. Sayen los miraba divertida desde la entrada de la habitación.

— ¿Qué hora es? —preguntó Gerardo.

—Son más de las diez —respondió la niña.

—No puedo creer que haya dormido hasta esta hora. Ven, ayúdame Sayen —solicitó Gerardo, al notar que no podía apoyar el brazo para levantarse.

Alarmada, Julia, le ayudó. Su malestar había cedido del todo a esa hora, y le pareció que nada de lo ocurrido había sido real, pero él estaba allí, despertando a la misma hora que lo hacía ella, a su lado. Tomó del brazo izquierdo a Gerardo y comenzó a levantarlo con fuerza.

Durante la noche el brazo había vuelto a sangrar, sin que él se diera cuenta. Cuando más tarde María se encargaba de limpiar la herida con unos extraños ungüentos, Julia preguntó:

— ¿Cómo pudo hacerse una herida así? — notando la profundidad de la misma.

—No es nada —le respondió él.

—Se la hizo mientras la traía a casa, mi niña —se apresuró a responder María, al notar que la conversación no acabaría. Sabía lo divertido que resultaba para Gerardo no responder de inmediato; sin contar, además, que la modestia le ganaba en ciertas ocasiones—. Fue con una rama, casi, casi que hoy no lo contamos. No sé que hubiera…

—Ñuke, no la preocupes. Lo dices como si sentir un pequeño malestar fuera el peor de los pecados.

— Pecado, puede que no sea, pero mire que sentirse mal justo cuando mi niño está pasando una situación tan penosa. Fue muy inconveniente, mire lo que sucedió.

La mujer no dejó de hablar hasta mucho después de haber abandonado la habitación, sus reclamos estaban cargados de preocupación por Gerardo  y fueron muy duros para Julia, a los que finalmente encontró  justos. ¿Quién era ella para venir a ocasionar tanta molestia? En ese instante volvió a recordar lo lejos que estaba de casa; necesitaba estar junto a su familia. Extrañaba a su madre, a sus hermanos; durante febrero sus hermanas habían prometido que les visitarían para que conocieran al pequeño de Ema. Tenía una vida y lo había dejado todo por estar con alguien, una persona, que a pesar de los cuidados que le había proferido durante el último día no sentía ningún interés por ella. Sus esperanzas se habían centrado en un quizá, pero él había dejado claro ante ella sus sentimientos, y lo había confirmado nuevamente la noche anterior, mientras le oyó suplicar en sus sueños a alguien que no lo abandonara. Ya no tenía sentido permanecer allí. Verle todos los días sería una tortura constante que no estaba dispuesta a soportar.
           

Los días que siguieron transcurrieron sin ninguna novedad. Su curso, aunque normal, llevaron a Julia a un evidente estado de agotamiento. Ella se esforzaba en aparentar que todo seguía igual. Y, aunque las ocurrencias de Gerardo y de Sayen aun conseguían sacarle una sonrisa, su falta de ánimo se hizo sentir. Decidida expresó su deseo en regresar a casa, junto a su madre. Su solicitud no fue bien recibida y alteró por completo a Gerardo quien durante toda una tarde demostró su enojo por la noticia que Julia le dio. Por su parte, ella no resistió el desagrado que le produjo la falta de comprensión y decidió no hablar con él.

Durante la cena, Julia, contempló, por primera vez, lo desagradable que resultaba el silencio entre ellos. Sabiendo que le quedaban pocos momentos para compartir anhelaba llevarse los mejores recuerdos de aquellos días junto a él. Tenía la creciente necesidad de aclarar las cosas entre ellos; más que nada deseaba decir adiós sin resentimientos.


— No lo soporto más—-dijo Julia mientras se acercaba a él.

— Sí, ya lo sé; en ocasiones puedo resultar una persona bastante desagradable.

La respuesta de Gerardo la sorprendió y al no poder continuar, él volvió a tomar la palabra.

—No trate de ocultarme nada; dígame ¿por qué me he convertido en  la razón que tiene para marcharse antes de tiempo?

—Usted no ha entendido bien, nunca podría decir algo así de usted. Yo me refería a que no soporto que estemos enfadados, el silencio que ahora existe entre nosotros me está matando.

—Entonces, quédese conmigo.

—No puedo.

—Usted me confunde—dijo buscando su manos— si no soy yo y tampoco mi carácter las razones de su partida, ¿por qué lo hace?

—Es solo que yo… ¡Extraño a mi familia!

—Ya veo, pero podría haberlo dicho antes y hubiéramos evitado estar enojados toda la tarde, ¿verdad?

— ¿Sí? —respondió Julia titubeando

—Siendo así, puedo enviar por ellos. No me deje justo ahora que viene mi hermana y su esposo, no quiero estar solo,  lo único que harán será criticar mi forma de vida. Quizá con qué disparate salgan ahora que vean en la condición que me encuentro. Reprocharan todas mis decisiones y seguramente atribuirán mi accidente a un acto de Dios o algo así por no escucharles.

—Perdóneme, pero no puedo. Necesito regresar, he estado demasiado tiempo lejos. Mis hermanas deben encontrarse en casa y es la oportunidad que tengo para verlas nuevamente. Entiéndame, por favor.


—Bien, tendré todo dispuesto para que mañana salga temprano.

Su trato le pareció imperdonable. Prácticamente la estaba lanzando a la calle. Su falta de cortesía la sorprendió, en ese momento recordó la conversación de las enfermeras en el hospital; llegó a la conclusión que ese debía ser su comportamiento cuando no se llevaba a cabo su voluntad o con quienes consideraba inferiores a él. Llorar hubiera sido una solución excelente, pero demasiado fácil. Se asió de toda la dignidad que poseía en su interior y una soberbia que no conocía se apoderó de ella, se retiro indignada, claro, con mucho gusto hubiera abandonado la casa durante la noche, sin embargo, no conocía el camino y pensó que sería mucho más fácil si se decidía a buscarlo con la luz del día.

Ni el desanimo o la poca fuerza que poseía, producto de la discusión que tuvo con Gerardo, le sirvieron como excusa para conciliar el sueño; había tomado una decisión y por más dolorosa que resultara la cumpliría a cabalidad. Cuando la oscuridad comenzó a ceder ante los primeros atisbos de luz, Julia,  tomó su equipaje decida a dejar atrás todo aquello que la había hecho feliz, pero que sin duda, en ese instante, la hería profundamente.

Sigilosa atravesó todas las habitaciones de la planta alta. Su paso por la escalera resultó ser más ruidoso de lo que esperaba; en una estancia tan amplia, y sin ocupantes a esa hora, fue imposible no hacer eco con cada uno de sus pasos. Para cuando creyó haber logrado su objetivo y se disponía a cerrar la puerta, una fuerte resistencia se opuso a sus deseos.