CAPÍTULO
XXI: Horas de silencio
A la mañana siguiente, los dos se
despertaron sorprendidos por dónde se encontraban. Sayen los miraba divertida
desde la entrada de la habitación.
— ¿Qué hora es? —preguntó Gerardo.
—Son más de las diez —respondió la niña.
—No puedo creer que haya dormido hasta esta hora. Ven,
ayúdame Sayen —solicitó Gerardo, al notar que no podía apoyar el brazo para
levantarse.
Alarmada, Julia, le ayudó. Su malestar había cedido del
todo a esa hora, y le pareció que nada de lo ocurrido había sido real, pero él
estaba allí, despertando a la misma hora que lo hacía ella, a su lado. Tomó del
brazo izquierdo a Gerardo y comenzó a levantarlo con fuerza.
Durante la noche el brazo había vuelto a sangrar, sin que
él se diera cuenta. Cuando más tarde María se encargaba de limpiar la herida
con unos extraños ungüentos, Julia preguntó:
— ¿Cómo pudo hacerse una herida así? — notando la
profundidad de la misma.
—No es nada —le respondió él.
—Se la hizo mientras la traía a casa, mi niña —se
apresuró a responder María, al notar que la conversación no acabaría. Sabía lo
divertido que resultaba para Gerardo no responder de inmediato; sin contar,
además, que la modestia le ganaba en ciertas ocasiones—. Fue con una rama,
casi, casi que hoy no lo contamos. No sé que hubiera…
—Ñuke, no la preocupes. Lo dices como si sentir un
pequeño malestar fuera el peor de los pecados.
— Pecado, puede que no sea, pero mire que sentirse mal
justo cuando mi niño está pasando una situación tan penosa. Fue muy
inconveniente, mire lo que sucedió.
La mujer no dejó de hablar hasta mucho después de haber
abandonado la habitación, sus reclamos estaban cargados de preocupación por
Gerardo y fueron muy duros para Julia, a
los que finalmente encontró justos. ¿Quién
era ella para venir a ocasionar tanta molestia? En ese instante volvió a
recordar lo lejos que estaba de casa; necesitaba estar junto a su familia. Extrañaba
a su madre, a sus hermanos; durante febrero sus hermanas habían prometido que
les visitarían para que conocieran al pequeño de Ema. Tenía una vida y lo había
dejado todo por estar con alguien, una persona, que a pesar de los cuidados que
le había proferido durante el último día no sentía ningún interés por ella. Sus
esperanzas se habían centrado en un quizá, pero él había dejado claro ante ella
sus sentimientos, y lo había confirmado nuevamente la noche anterior, mientras
le oyó suplicar en sus sueños a alguien que no lo abandonara. Ya no tenía
sentido permanecer allí. Verle todos los días sería una tortura constante que
no estaba dispuesta a soportar.
Los días que siguieron transcurrieron sin ninguna novedad.
Su curso, aunque normal, llevaron a Julia a un evidente estado de agotamiento.
Ella se esforzaba en aparentar que todo seguía igual. Y, aunque las ocurrencias
de Gerardo y de Sayen aun conseguían sacarle una sonrisa, su falta de ánimo se
hizo sentir. Decidida expresó su deseo en regresar a casa, junto a su madre. Su
solicitud no fue bien recibida y alteró por completo a Gerardo quien durante
toda una tarde demostró su enojo por la noticia que Julia le dio. Por su parte,
ella no resistió el desagrado que le produjo la falta de comprensión y decidió
no hablar con él.
Durante la cena, Julia, contempló, por primera vez, lo
desagradable que resultaba el silencio entre ellos. Sabiendo que le quedaban
pocos momentos para compartir anhelaba llevarse los mejores recuerdos de
aquellos días junto a él. Tenía la creciente necesidad de aclarar las cosas
entre ellos; más que nada deseaba decir adiós sin resentimientos.
— No lo soporto más—-dijo Julia mientras se acercaba a
él.
— Sí, ya lo sé; en ocasiones puedo resultar una persona
bastante desagradable.
La respuesta de Gerardo la sorprendió y al no poder
continuar, él volvió a tomar la palabra.
—No trate de ocultarme nada; dígame ¿por qué me he
convertido en la razón que tiene para
marcharse antes de tiempo?
—Usted no ha entendido bien, nunca podría decir algo así
de usted. Yo me refería a que no soporto que estemos enfadados, el silencio que
ahora existe entre nosotros me está matando.
—Entonces, quédese conmigo.
—No puedo.
—Usted me confunde—dijo buscando su manos— si no soy yo y
tampoco mi carácter las razones de su partida, ¿por qué lo hace?
—Es solo que yo… ¡Extraño a mi familia!
—Ya veo, pero podría haberlo dicho antes y hubiéramos
evitado estar enojados toda la tarde, ¿verdad?
— ¿Sí? —respondió Julia titubeando
—Siendo así, puedo enviar por ellos. No me deje justo
ahora que viene mi hermana y su esposo, no quiero estar solo, lo único que harán será criticar mi forma de
vida. Quizá con qué disparate salgan ahora que vean en la condición que me
encuentro. Reprocharan todas mis decisiones y seguramente atribuirán mi
accidente a un acto de Dios o algo así por no escucharles.
—Perdóneme, pero no puedo. Necesito regresar, he estado
demasiado tiempo lejos. Mis hermanas deben encontrarse en casa y es la oportunidad
que tengo para verlas nuevamente. Entiéndame, por favor.
—Bien, tendré todo dispuesto para que mañana salga
temprano.
Su trato le pareció imperdonable. Prácticamente la estaba
lanzando a la calle. Su falta de cortesía la sorprendió, en ese momento recordó
la conversación de las enfermeras en el hospital; llegó a la conclusión que ese
debía ser su comportamiento cuando no se llevaba a cabo su voluntad o con
quienes consideraba inferiores a él. Llorar hubiera sido una solución
excelente, pero demasiado fácil. Se asió de toda la dignidad que poseía en su
interior y una soberbia que no conocía se apoderó de ella, se retiro indignada,
claro, con mucho gusto hubiera abandonado la casa durante la noche, sin
embargo, no conocía el camino y pensó que sería mucho más fácil si se decidía a
buscarlo con la luz del día.
Ni el desanimo o la poca fuerza que poseía, producto de
la discusión que tuvo con Gerardo, le sirvieron como excusa para conciliar el
sueño; había tomado una decisión y por más dolorosa que resultara la cumpliría
a cabalidad. Cuando la oscuridad comenzó a ceder ante los primeros atisbos de
luz, Julia, tomó su equipaje decida a
dejar atrás todo aquello que la había hecho feliz, pero que sin duda, en ese
instante, la hería profundamente.
Sigilosa atravesó todas las habitaciones de la planta
alta. Su paso por la escalera resultó ser más ruidoso de lo que esperaba; en una
estancia tan amplia, y sin ocupantes a esa hora, fue imposible no hacer eco con
cada uno de sus pasos. Para cuando creyó haber logrado su objetivo y se
disponía a cerrar la puerta, una fuerte resistencia se opuso a sus deseos.
9 comentarios:
ayy como me haces llorar!! jaja que tristee Jennieh como me haces desear ese amor de Gerardo y Julia. No importa porque más me entusiasmo nena. Ay que penaa se va... se va????? jajajaja
No puedo esperar el capi próximo no nos dejes así. Un beso mi reina muy buen capi.
Precioso capítulo Jennieh, me has dejado muy triste por la marcha de Julia.
¿será posible que se queden así??
Ayyy, que no quiero que queden de esa forma.
hasta el siguiente capítulo.
Un beso enorme!!
¿Quién la detuvo? Ay Jennieh, que siempre me dejas con la intriga.
uy Pobrecito . Me encanta esta historia amo las novelas de época y esta siempre me deja con ganas de más.
Lou, bueno así se dieron las cosas, espero que el siguiente capítulo satisfaga tus deseos.
Un beso.
Raquel, algunas veces ciertos sucesos son necesarios para otros que nos causan sorpresas mayores.
Un beso.
María, lamento que siempre sea así, pero no sé algo pasa que disfruto con ello.
Un beso.
Gracias Citu, es importante para mí saber tu opinión y además que te gusta.
Un beso.
Ay, Jen, me estás haciendo enojar un pelín con Julia, cómo puede pensar que a Gerardo no le importa?ya me dan ganas de sacudirla :)
Y esa marcha en la noche, logrará concretar su escape o sus sentimientos la vencerán?...
Voy al próximo.
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