CAPITULO
VII: Una buena amiga
La vida para Julia se había vuelto bastante ocupada. Si
bien era cierto, desde que terminó su educación no se frecuentaba con casi
ninguna de sus compañeras, existía una excepción. Casi todas se encontraban muy
ocupadas con su nueva y agitada vida social; mientras, unas, asistían a las
constantes tertulias que se organizaban en las casas de las familias más
importantes de la cuidad; otras, se encontraban de viaje por Europa. Y, a esa
altura muchas de ellas se encontraban comprometidas en matrimonio.
Eloísa Sotomayor, era la excepción. Muchacha soñadora y
bastante alejada de aquella vida la visitaba con frecuencia.
Eloísa, aunque pertenecía a una familia acomodada y
reconocida de Santiago, prefería pasar desapercibida. Una gran parte de su
familia la excluía por su particular manera de ser. No le gustaba ostentar,
para ella la vida debía ser lo más simple que se pudiera; le bastaba sólo con
lo indispensable para vivir y era feliz con ello. Sus pretensiones eran muy
lejanas a las de sus padres; mientras ellos trataban de relacionarla con algún
hombre de su posición, Eloísa, solo pensaba en lo maravilloso que sería una
vida retirada y alejada de las cosas que la distanciaban de Dios. En muchas
ocasiones había expresado su deseo de ingresar como novicia, pero sus padres se
negaban enérgicamente a esa opción de vida para su única hija, por lo que,
Eloísa, juró en un acto de soberbia no dejarse comprometer con nadie.
Las visitas entre ellas eran constantes y, ambas
reconocían la sinceridad y el verdadero cariño de la amistad que las unía, sin
embargo, en sus últimas visitas, Eloísa, notaba a Julia cada vez más agitada y
no lograba que le contase lo que sucedía con ella. Muchas veces había pasado a
verla por las tardes y no la encontraba. En una ocasión decidió no salir hasta
que Julia le contara el porqué de su comportamiento tan extraño. Le preocupaba
su salud, cada vez la encontraba más pálida, por lo que decidió hablarle con firmeza
y conseguir más datos:
— Mi querida amiga, hoy no volverá a casa sino me cuenta
qué ocurre con usted. Desde un tiempo a esta parte la noto extraña, está muy
pálida, esto me preocupa por su salud.
— No debe preocuparse por mí Eloísa, no ha sucedido nada
grave; sólo que…— En ese momento se dirigió a la ventana y señaló el teatro—. ¿Se
acuerda del hombre que conocí en el parque y que me impresionó tanto?
—Sí, lo recuerdo— dijo Eloísa, evidentemente asombrada
que señalara aquel lugar.
— Ya sé quién es, qué hace y, muchas cosas más sobre su
vida.
— Pero… yo no. Así que siéntese a mi lado— y señaló una
pequeña silla junta a ella— y me cuenta todo lo que ha sucedido con él— el
rostro de Eloísa se iluminó al intuir de que se trataría la conversación; por
lo que continuó diciendo—. Bien, que ha sucedido con el atrevido y arrogante, y
no por ello menos interesante, hombre de la mirada misteriosa que conoció una
tarde en el parque, mi querida amiga.
— No se burle, por favor. Esto que le voy a contar es
delicado y me tiene preocupada; sé que cuando termine de hablar, usted podría
ya no querer ser más mi amiga, pero le pido compasión. No se aventure a
juzgarme sin conocer los motivos o por lo menos los sentimientos que encierran
los hechos que relataré a continuación.
— Me está preocupando su actitud, si bien es cierto, que
conocer la razón de su congoja me alivió por un instante; sus palabras, ahora,
me han vuelto a inquietar.
— Se trata de Gerardo Subercaseaux— dijo finalmente
Julia.
— Ya veo, usted se preocupa por lo de su accidente,
¿verdad?
— ¿Lo conoce?— preguntó Julia sorprendida.
— ¿Y quién no lo haría?, desde su llegada a Santiago ha
sido uno de los hombres más codiciados por las familias para cualquiera de sus
hijas, posee una gran fortuna, es dueño de grandes extensiones de tierra al sur
del país y, además, es una persona muy agradable; pero querida Julia, no
encuentro motivo para su angustia. Él se encuentra perfectamente, el accidente
ha sido algo sin mayores consecuencias. También se comenta que una prima le
cuida con mucho esmero.
— Yo sé todo eso, sé muy bien cómo se encuentra, pero
déjeme corregirla en algo: aún no se sabe con certeza las consecuencias del
accidente, aunque es cierto que se encuentra cada día mejor.
— ¿Cómo sabe tantos detalles?, creo que ni siquiera
nosotros, que somos los reyes de la cotilla, estamos enterados de ellos con
certeza—. Aunque, Eloísa, se sorprendió por las palabras de su amiga, no pudo
menos que ironizar al describir el deporte favorito de las familias respetables.
— Desde hace unos días, que le visito en el hospital, pero
ha reconocido a otra persona en mí y, yo, por estar a su lado no he sido capaz
de corregir el mal entendido.
— Entonces, ¿es usted la misteriosa prima que nadie
conoce? Cree que es correcto engañar a otra persona— dijo Eloísa bastante
enojada al conocer la verdad.
— No, sé que no es bueno lo que estoy haciendo, pero créame
no tuve otra opción.
— Siempre las hay, e incluso si éstas fuesen perjudiciales
para uno. Debe decirle la verdad. No deje que esto siga creciendo, en algún
momento la verdad la alcanzará y puede que, en ese instante, sea demasiado tarde para dar explicaciones.
— Le pido que trate de entender mi situación— la
angustia, encontró cómo abrirse paso en los ojos de Julia, los que muy pronto
comenzaron a derramar lágrimas.
Su amiga escuchó con asombro cada una de las palabras de
Julia, pero no lograba encontrar una razón lo suficientemente poderosa que
justificase sus acciones. La amistad que las unía llevó finalmente a que Eloísa
no insistiera más en que la verdad debía ser dada a conocer.