domingo, 23 de diciembre de 2012

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XVI: Sayen


Bastó que Julia conociera la particular manera de ser de Sayen para que la niña, no solo le robara su simpatía sino que, además, gran parte de su tranquilidad. Independiente de los conflictos que la niña causara en su interior, ella no podía dejar de sentir un gran cariño por Sayen.

Al culminar el primer día de conocerse, la pequeña no descansó hasta lograr informar a Julia cuál era el significado de su nombre, pacientemente esperó una oportunidad para decirlo y efectivamente la encontró, luego de la cena.

Estaban, Julia y Gerardo, reunidos en el salón cuando la niña apareció.

— Sayen, ¿qué haces levantada a esta hora?—le dijo Gerardo cuando la sintió hablar.

—Yo solo venía a dar la buena noche a los dos y…—la pequeña corrió a los brazos de Julia y le dijo— Mi nombre significa dulce, cariñosa y por mi apellido soy fuerte, así que nunca nadie me verá llorar.

Tan pronto había dado por satisfecho su deseo, la pequeña, se dispuso a salir de la habitación, Julia, que le costó salir del asombro de aquella revelación, la detuvo por un instante más preguntándole cuál era su apellido. Cuando ella iba a responder fue interrumpida por Gerardo para que sin demora se fuera a dormir. La intriga de saber el apellido de la niña no dejó tranquila a Julia, quien tras mucho pensar solicitó la información a Gerardo.

—Gerardo, espero no le moleste mi curiosidad, pero… ¿cuál es el apellido de Sayen?

Tranquilamente él le respondió:

—Es Nehuén, pero siento que algo la preocupa.

—Sí, son las últimas palabras que la niña me dijo, creo que no son apropiadas para una persona de su edad—la risa de Gerardo hizo que ella hablara con algo de enfado—. No entiendo el porqué de su risa.

—Ay, prima—dijo luego de recuperar el aliento—esa niña dice lo mismo cada vez que conoce a alguien y es usted la única que hasta ahora ha tomado con tanta gravedad sus palabras.

—Insisto, una niña no debería hablar así. Me hace pensar que ha sufrido en esta vida, a pesar, de su edad.

—Se equivoca al pensar algo así—dijo más serio—, yo jamás dejaría que ella sufriera.


Las palabras de Gerardo, en ese momento, levantaron dudas con respecto del origen de la niña, pero Julia no quiso seguir preguntando más. Un tema tan delicado podría terminar por acortar su estadía en el lugar. El temor la invadió y no quiso seguir averiguando más al respecto.
           
           

Aunque a esa altura de su estadía Julia sabía que la mujer que tanto le extrañó la primera noche era la abuela de Sayen, no podía alejar de sí las dudas del celo excesivo que encontró en las palabras de Gerardo.

María Nehuén, la abuela de la niña, era considerada por Gerardo como una madre, ella había sido más que una cocinera para su madre. Como su confidente sabía todo el sufrimiento que ella llevó en sus hombros con la mayor resignación, y sabía todos los secretos que la familia Subercaseaux escondía. Su buen corazón la había hecho merecedora del cariño que él le profesaba, a lo que se sumaba la lealtad que sentía por la familia.

La mujer era una persona sencilla, que no dudaba en dar su consejo cuando se requería, conducía, por lo demás, muy bien la casa, ella se encargaba de todo lo que se necesitara para el bienestar de sus habitantes. Nunca había querido delegar su trabajo de cocinar a ninguna de las muchachas de servicio, insistía en realizar esa labor, aunque Gerardo le reclamaba constantemente su falta de tiempo para él.

—Ñuke, cuando iremos a pasear, esta mañana está muy linda y tú ya no me acompañas nunca—le dijo Gerardo en cierta oportunidad.

—No sea tonto, que voy a hacer yo en medio de tanta juventud. Prefiero quedarme en la casa arreglando todo para cuando ustedes vuelvan. Después de todo, no veo que le haga falta mi compañía si está la niña Julia para acompañarlo. Ya, vaya, vaya— le respondió, mientras lo despedía en la puerta.

Con el pasar de los días, la curiosidad de Julia fue creciendo y junto con ella el temor y la desesperación, por lo que en esa oportunidad no aguantó más y decidida a correr el riesgo de saber por verdad todos sus temores le preguntó a Gerardo:

—Primo, quiero preguntarle algo con respecto a Sayen, pero tengo miedo que mis dudas puedan ofenderlo.

— ¿Qué quiere saber?, le prometo que no me enfadaré, creo que nunca podría hacerlo si es usted quien pregunta.

—Yo comprendo que usted tenga en consideración a María, por la amistad que, usted mismo me confesó, tenía con su madre.

—Pero…—la interrumpió intrigado.

—Es que en verdad no logro entender la gran cercanía y todo el cariño que usted profesa por Sayen.

—Ah, es eso. Había tardado un poco en preguntar.

— ¿Por qué?

—Porque no existe persona ajena a la casa que no pregunte sobre mi relación con la niña—dijo con un tono de seriedad en su voz.

—Si usted no desea contestar a mi pregunta, no se preocupé; le pido disculpas, sé que no es asunto mío.

— ¿Por qué pide disculpas?, no se preocupe. La pregunta no me molesta, usted es parte de esta familia y es necesario que conozca todos nuestros asuntos. A Sayen y a mí nos unen lazos de sangre—al sentir la tensión que se produjo en Julia se detuvo para tomar su mano y acariciarla suavemente—, ella es mi hermana— le explicó rápidamente—. Bueno, solo por parte de padre.


El color, al pálido rostro de Julia, volvió lentamente cuando escuchó aquella confesión.

—Verá, mi padre, aunque no es mi intención ofenderlo con mis palabras, él siempre fue un hombre que buscó placeres fuera del matrimonio. Un buen día trajo aquí a una joven mapuche a cuya familia, que vivía en una de las reducciones cercada por nuestro fundo, convenció con regalos y bienestar para todos; si a cambio le dejaban traerla para trabajar en la casa.

El relato que continuó a la introducción de Gerardo permitió que Julia formara una opinión de cada uno de los padres de Gerardo y tomara partido por uno de ellos. Si bien era cierto que la muchacha se dejó encandilar por el trato de su patrón, su decepción no fue menor en el momento que, éste mismo, la lanzara sin nada a la oscuridad cuando se enteró que en su vientre se albergaba una nueva vida. La madre de Gerardo, consciente de todo lo que pasaba a  su alrededor, lamentaba profundamente no poder ayudar a la mujer, por lo que unos meses antes de morir encomendó a su hijo la labor de encargarse del bienestar de la niña. Cuando Gerardo llegó hasta el hogar de los abuelos de Sayen, la niña tenía dos meses de haber nacido, el mismo tiempo que su madre llevaba sepultada; la tristeza de haber sido engañada se había encargado de quitarle las fuerzas y las ganas de vivir.

Al notar toda la precariedad que envolvía a su hermana, Gerardo, decidió llevársela consigo, allí se las arreglaron para que su padre creyera que la niña era nieta de María y poder tenerla lo más cerca posible. La muerte de su padre, dos años después de estos sucesos, le habían permitido a Gerardo mantenerse cerca de su hermana sin reservas; entregándole amor y cuidados. La niña, por supuesto, no sabía nada de su verdadero origen, motivo por el cual, Julia, prometió seguir guardando el secreto.    

lunes, 17 de diciembre de 2012

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XV: El paseo


Un solo golpe en la puerta era el anuncio que Julia esperaba para poder bajar. Se había despertado más temprano de lo que ella misma pensaba; con tanto tiempo para poder reflexionar y observar a su alrededor llegó a la conclusión que finalmente todo acabaría mal, sin embargo, ninguna de aquellas fatalidades, que pronosticaba con tanta seguridad, le impedirían disfrutar de aquellos días; lo hecho, hecho estaba. Gerardo había ido por ella personalmente y con una sonrisa le dirigió un buenos días tan cálido que ella quedó sin palabras.

—Buenos días. ¿Cómo durmió? ¿Está lista?, siento que haya dormido poco, pero si no salimos a esta hora el sol será  una molestia más tarde.

—No se preocupe, hoy desperté bastante temprano y solo esperaba que mandara a buscarme.

Gerardo, la condujo bastante bien por la escalera hasta llegar a la puerta de entrada. Cuando Julia salió de la casa pudo admirar el paisaje con detalle, a pesar de ser una zona más bien montañosa el terreno en aquel lugar era llano. Desde la altura en que se encontraba ubicada la casa se podía divisar otras más pequeñas, claro efecto que produce la distancia a nuestros ojos, y que para esa hora tan temprana ya comenzaban a exhalar el humo desde sus cocinas. Rodeando la casa llegaron hasta un pequeño jardín condicionado, además, para ser un comedor al aire libre; allí desayunaron. El aire fresco de la mañana llevó hasta ellos el agradable olor de las flores que hacían gala de sus colores en temporada estival, y el trinar de las aves aportó la más bella de las armonías.

— Dígame ¿Cómo luce el jardín esta mañana?

—Muy bello, nunca había visto algo así—respondió Julia mirando una vez más todo lo que la rodeaba.

—Me alegra que le agrade. Éste era el lugar favorito de mi madre—dijo Gerardo con algo de nostalgia en su voz—. Ella misma lo condicionó y dispuso, tal cual, como luce ahora.

—Veo que le gustaban las margaritas.

—Sí, eran sus flores predilectas, las conservaba y cuidaba a pesar de quien le dio esas flores.

— ¿A qué se refiere con eso?—preguntó intrigada.

—A que fueron un regalo de una persona a quien mi madre amaba demasiado, pero que no supo corresponder a ese amor, ni siquiera por gratitud.

—Si lo piensa bien el amor no se puede entregar ni recibir por gratitud; es algo que se siente y nada de lo que hagamos puede forzar ese sentimiento en otra persona.

—Tal vez, tenga usted razón. Ella siempre me decía lo mismo, pero mejor desayunemos rápidamente para alcanzar a volver antes del mediodía.

Aunque la situación resultó incomoda para ambos, no estaban dispuestos a perder su buen ánimo y, menos aún el no acompañarse el uno al otro. El desayuno terminó en perfecta paz. Gerardo, ansioso de mostrar a Julia su lugar favorito se levantó decidido y comenzó a oficiar de guía a pesar de su limitación. A momentos, le preguntaba  a su acompañante sobre algo que caracterizara el lugar; alguna escultura, desvío, roca, árbol, en fin, algo que a él le recordase el camino hasta donde deseaba llevar a Julia.



Bajo sus indicaciones llegaron hasta una arboleda que los guió hasta un pequeño estanque confeccionado a petición de la madre de Gerardo. La intervención en el lugar no afectaba para nada su belleza, es más, me atrevería a decir que la exaltaba aún más. La tranquilidad y armonía del lugar, no dejaron indiferente a Julia, quien tras sentarse en uno de los bancos confeccionados con viejos troncos no dudo en decir:

—Es hermoso este lugar.

—Sí, ya lo sé. Pero, por favor, guarde silencio, que hoy deseo seguir su consejo.

— ¿Cuál?

—El que me dio ayer durante la cena; el de guardar silencio. He llegado a la conclusión que le molesta que hable.

— ¿Por qué insiste en seguir interpretando mal mis palabras? Por lo que puedo apreciar, anoche no aclaré muy bien este tema. Cuando dije que gustaba de la soledad y el silencio no lo hice para que me dejara tranquila. De hecho, es con usted con quien disfruto ese tipo de cosas, me encanta platicar con usted; siento que comprende lo que digo, o por lo menos, respeta mis opiniones. Nunca ha tratado de hacerme cambiar en mis apreciaciones, bueno, hasta ahora.

— ¿Por qué dice eso?

— ¿Acaso no ha objetado mi confesión de anoche?

—Sí, en cierto modo es verdad. Aunque, también le pido que  no vea esto como un reclamo; yo solo deseaba saber que se siente disfrutar del silencio en verdad. Solo no me encuentro desde hace mucho; desde que usted llegó aquel día al hospital no he vuelto a sentir la soledad.

—Entonces no hablaré para que pueda disfrutar de este momento.

Si bien era cierto que Julia gustaba del silencio, hasta ese día no había logrado que nadie entendiera su punto de vista y fue agradable para ella de pronto saber que alguien sí la entendía, por lo menos respecto a ese tema, durante aquella mañana comprobó que era aún más grato compartirlo. 

Gran parte de su tiempo lo dedicó a observar a Gerardo, parecía que no se cansaba de hacerlo, a cada instante descubría algo nuevo que llamaba su atención. Le gustaban sus ojos y, aunque sabía con certeza que no podían verla le ponían nerviosa.  Su sonrisa, que asomaba cada tanto, la enternecía. De pronto a su cabeza llegó la palabra amor; sí amor, cómo podría llamar a lo que sentía en ese momento, ningún otro sentimiento se adecuaba más; ella le amaba profundamente y no era una fantasía surgida de su imaginación, era un sentimiento real que venía albergando desde el mismo día en que le conoció.

Un extraño sonido apartó por completo la intención que tenían de permanecer en paz y tranquilidad, el ver aparecer a una niña corriendo desde  el camino que los llevó hasta allí fue la explicación que Julia obtuvo a su creciente curiosidad, la pequeña portadora de aquel estruendoso paso era una niña de no más de seis años que llevaba colgado en su pecho y cabeza unos adornos de color plateado, Julia rememoró una imagen de un libro, era la vestimenta que utilizaban las mujeres del pueblo mapuche.

—Sayen, ¿qué haces aquí tan pronto?, pensé que no volverías hasta el próximo domingo.
La niña, al percatarse de la presencia de Julia, no dijo nada y aferrándose a Gerardo aún más le susurró al oído palabras que Julia no alcanzó a escuchar, pero tan solo un instante le bastaron para comprender que la niña se refería a ella, porque Gerardo la sentó en medio de los dos y dijo:

—Ella es Julia, mi prima, ¿recuerdas que te hablé de ella?
La niña respondió afirmando con un movimiento de cabeza, mientras que Gerardo, agregó:

—Sayen, te pido que me respondas con palabras. Ten presente que por ahora no puedo ver ninguno de tus gestos.

—Sí—respondió con energía—, lo siento. Así que usted es Julia—preguntó mientras se ponía de pie frente a ella para hacer una reverencia—. Es un gusto conocerla señorita.

—El gusto es todo mío, Sa…

—Sayen, ese es mi nombre. ¿Quiere saber qué significa?
Julia, miró un tanto extrañada a la niña y luego a Gerardo a quien se le veía bastante divertido con la situación. Su atención se centró en varias cosas; primero, estaba el hecho que la niña, aunque se vestía de manera similar a la mujer que vio la noche anterior, no poseía ninguno de sus rasgos, su cara no era redonda ni su tez morena, sus pómulos más definidos le daban a su rostro un aire de hermosura poco usual, y sus ojos de color azul verdoso llamaron poderosamente su atención; en segundo lugar, le pareció divertido después de observarla más, su desenvoltura, ella jamás se hubiera atrevido a hablar así con personas mayores a esa edad, y por último estaba la más importante de sus observaciones: ¿Por qué Sayen trataba con tanto cariño y confianza a Gerardo?

— ¿Quiere que le diga lo que significa mi nombre o no?—dijo al notar que Julia no parecía escucharla.

—Sí—dijo Julia saliendo de su abstracción —, quiero saberlo.

— ¡Sayen, basta!—interrumpió Gerardo—. No seas molesta, dime a qué has venido hasta aquí, bien podrías haber esperado en casa con tu abuela.

—Si he venido hasta aquí no ha sido por gusto propio, fue mi abuela quien me envió precisamente. Manda a decir que la comida está lista y que si no regresan pronto, ella no se hará responsable de que se enfríe.

La tranquilidad que habían alcanzado se vio interrumpida, atrás quedaron los magníficos y sincronizados sonidos que la naturaleza les proporcionó, allí habían olvidado el paso del tiempo por completo.


En su camino de regreso Sayen se adelantó a ellos, aunque con frecuencia Julia, veía como la pequeña volteaba y sonreía divertida, la actitud de Gerardo no dejó de sorprenderla, ella deseaba saber por qué Sayen lo trataba con tanta confianza; de pronto él soltó su brazo para buscar su mano y así continuar su camino, tal acción tomó a Julia por sorpresa, y no pudo evitar que sus mejillas se tiñeran con un leve color rosa, pero la actitud de naturalidad con que Gerardo llevó el asunto lo disipó en un instante y le devolvió la compostura.




Nota: Mis queridos lectores, primero es mi deseo ofrecerles disculpas por la demora en actualizar “La verdad de una mentira”, últimamente no me he encontrado muy bien y, aunque me cueste admitirlo tengo muchas dificultades para escribir y expresar lo que deseo. Espero puedan comprender si en algunos pasajes no existe coherencia, así también es mi deseo que me hagan saber dónde están los errores, por su comprensión y ayuda les agradezco de todo corazón.
 

lunes, 26 de noviembre de 2012

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XIV: La cena


El tiempo para que Julia descansara se extendió un par de horas. Gerardo, luego de percatarse del motivo por el cual ella tardó en responder a su llamado, consideró bastante oportuno retrasar la cena para las nueve.

El tiempo que le fue concedido a Julia, resultó más que suficiente para que ella pudiera prepararse de la mejor manera, no solo en cuanto a su elección de vestimenta; sino que también, a lo referido con sus emociones. Controlar la ansiedad que le producía el estar allí fue la tarea más difícil que debió afrontar. En un principio se sintió feliz de llegar hasta donde se encontraba Gerardo, pero la llegada de una mujer, luego que fuese instalada en una de las habitaciones, la llenó de preocupación; su mirada inquisidora, de temor; y su silencio, de incertidumbre. Para cuando fue dirigida hasta el comedor, sus nervios habían cedido, sin embargo, ver nuevamente a la extraña mujer allí le produjo un escalofrío que rápidamente llenó su mente de miedo. Julia, pensó que tal vez, ella conocía a la verdadera prima de Gerardo y que en ese momento la estaba descubriendo ante él.

La sorpresa y alivio inmediato que produjo la actitud tan familiar de Gerardo, le indicaron a Julia, que ninguno de sus temores tenían justificación, en un instante la mujer cambió su actitud y le dedicó una alegre sonrisa, luego al dirigirse a la salida tocó su hombro y le dijo algo que Julia no comprendió, pues hablaba en una lengua diferente a la nuestra, no teniendo tiempo siquiera para memorizar por lo menos una de las palabras.

La cercanía de ambos despertó cierta inquietud en Julia, nada de cuidado, pues la mujer ya lucia ciertas huellas del pasar de los años; su piel estaba delgada y sus ojos demostraban cansancio; el mismo que a cierta edad todos llegamos a demostrar, y su cabello era sin duda una muestra más de ello, su color ya estaba siendo acompañado por otro tono, uno más blanquecino.

Para cuando quedaron a solas la curiosidad de Julia había crecido enormemente. En su cabeza, habían comenzado a nacer toda clase de especulaciones sobre lo expresado por la mujer; no teniendo que esperar demasiado para satisfacer su deseo de saber quién era y el porqué de su actitud tan cercana para con Gerardo, él comenzó la conversación diciendo:

—Ella es mi “Ñuke”, mi “Papai” como le digo con cariño

— ¿Qué significado tiene?, primo no entiendo nada de lo dice.

—Significa “madre”, pero yo prefiero decirle “papai” , aunque significa lo mismo es más afectuoso en su lengua.

—Entonces, ¿entiende lo que ella dijo antes de retirarse?

—Sí, a la perfección—dijo guardando silencio.

—Pero es que no me va a contar lo que quiso decir—dijo Julia con impaciencia—, porque de seguro se trataba de mí, ella tocó mi hombro mientras salía de aquí.

—Sí, se refería a mi queridísima prima. María, dijo que usted tenía los mismos ojos que mi madre.

Sin salir de su asombro, Julia, trataba de no pensar en aquellas palabras, pero su silencio llamó la atención de Gerardo.

—Señorita, su silencio comienza a preocuparme, existe algo que no sea de su agrado.

—No, todo está bien, perdóneme usted. Es que me encuentro un poco cansada.

—Ya veo.., en realidad no muy bien; ¿por qué será que tenemos la costumbre de utilizar palabras que no corresponden?.

—Debe ser porque finalmente las entendemos; y así queramos decir entiendo, comprendo o ya veo para todos los casos da lo mismo.

—En mi caso, créame que no—dijo con una sombra de tristeza en su rostro—, pero cómo no deseo cuestionar el porqué de nada, le haré otra pregunta: ¿se da cuenta que hemos vuelto a tratarnos de usted?

—Sí, y es lo que corresponde—dijo Julia un poco más seria al recordar la escena en el hospital.


—Pero si mal no recuerdo la última vez que nos vimos nada parecía encajar.

—Puede que para usted nada tuviera sentido, sin embargo, yo nunca me tomé tal concesión con usted.

—Es verdad, no lo recordaba claramente—dijo un poco más animado para cambiar la dirección de la conversación, al notar el malestar de Julia con el tema—. Si usted lo desea le permito llamarme como guste.

Aunque en su corazón, Julia, ya no podía llamarlo más que por su nombre no dudó en decir que debían seguir hablándose como siempre lo habían hecho. La renuencia de Gerardo a no dejar el derecho que pensó haber ganado fue derrotada por la razón que impuso ella en aquel momento.

—Está bien, querida prima, usted gana; ahora, cambiemos de tema y dígame que le parecen los cambios que he realizado en la casa, usted, sin duda, debe recordarla muy distinta.

En ese instante, nuestra amiga, comenzó a observar la estancia donde se encontraba. No habría reparado en ella si Gerardo no la hubiese mencionado; lo primero que apreció fue lo espacioso del lugar y lo bien iluminado que se encontraba; las paredes adornadas por varios cuadros, cuya composición un tanto moderna, hacían contraste con los muebles, los que seguramente llevaban más tiempo allí que su actual dueño. La vergüenza de Julia, al sentirse como intrusa al observar tantos lujos, solo se disipó al ver como se asomaba una pequeña sonrisa en el rostro de su anfitrión; quien llevaba muy bien un traje azul que hacía contraste con el color de piel.

—No, no lo recuerdo. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que estuve aquí por última vez? Estoy segura que fue cuando muy niña—respondió una vez que pudo volver en sí
.
—Efectivamente, usted, debía tener cinco o seis años la última vez que estuvo por aquí con su madre. Resulta frecuente que olvide que el único habitante permanente he sido yo. Estar lejos de todo fue la razón por la que me dejé convencer para vivir en la capital; la soledad es algo que no soporto y como usted se habrá dado cuenta el viaje es exageradamente largo; por lo que muy pocos se atreven a venir hasta aquí
.
—Tiene razón en cuanto a la distancia, pero debatiré lo de la soledad. Siempre me he sentido a gusto con ella, el silencio es algo como una necesidad para mí.

—Entonces he estado equivocado, pensé que usted disfrutaba de mi compañía tanto como yo de la suya.

—No tome a mal mis palabras, primo, con usted es diferente. Siento que respeta mis opiniones, aunque sé que en ocasiones pueden estar muy lejos de la verdad.

—Entonces, ¿no tengo de qué preocuparme?, ¿no me va a dejar pronto?, ¿verdad? ¿Hasta cuándo podré retenerla conmigo, prima?

—Creo que tendré que marchar inevitablemente la segunda semana de febrero o si usted mejora antes no tendré inconveniente en hacerlo cuando eso suceda—dijo Julia prevenida, aunque por su mente pasó también la posibilidad que si él mejoraba antes, y sentía un afecto verdadero por ella para ese entonces, podría perdonar su mentiras y apreciar su preocupación.


El hecho que ambos guardaran silencio atendía a razones distintas, por su parte Gerardo lo guardó para complacer a su querida Julia; mientras, que ella lo hizo por temor a que su conciencia la traicionara y comenzara a habar de todo con sinceridad; pero no por ello la cena dejo de estar frente a ellos y ser objeto de sus atenciones también. Por momentos, Julia, sentía como la mirada de Gerardo se posaba sobre ella, aunque sabía de antemano que él solamente podía ver sombras no pudo evitar el sentirse nerviosa, sabiéndose observada de un modo u otro.

Hacia el final de la velada se dirigieron a la biblioteca, lugar donde ambos conversaron animadamente sobre el viaje, la salud y sus familias.

Cuando, Julia, tras un extenuante día, llegó a descansar a su habitación tuvo la necesidad de analizar todo lo sucedido, pero su cuerpo reclamaba descanso; por lo que vio imposible el hecho de ahondar en detalles. Para la mañana siguiente Gerardo le había prometido dar un paseo por los alrededores, invitación que ella no pudo declinar, a pesar de la hora en que debían comenzar. La curiosidad de conocer aquellos lugares pudo más que su deseo de descansar, pues ella, momentos antes de su arribo, se había quedado dormida y cuando bajó del transporte, ya había oscurecido.