domingo, 10 de febrero de 2013

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XXI: Horas de silencio
           

A la mañana siguiente, los dos se despertaron sorprendidos por dónde se encontraban. Sayen los miraba divertida desde la entrada de la habitación.

— ¿Qué hora es? —preguntó Gerardo.

—Son más de las diez —respondió la niña.

—No puedo creer que haya dormido hasta esta hora. Ven, ayúdame Sayen —solicitó Gerardo, al notar que no podía apoyar el brazo para levantarse.

Alarmada, Julia, le ayudó. Su malestar había cedido del todo a esa hora, y le pareció que nada de lo ocurrido había sido real, pero él estaba allí, despertando a la misma hora que lo hacía ella, a su lado. Tomó del brazo izquierdo a Gerardo y comenzó a levantarlo con fuerza.

Durante la noche el brazo había vuelto a sangrar, sin que él se diera cuenta. Cuando más tarde María se encargaba de limpiar la herida con unos extraños ungüentos, Julia preguntó:

— ¿Cómo pudo hacerse una herida así? — notando la profundidad de la misma.

—No es nada —le respondió él.

—Se la hizo mientras la traía a casa, mi niña —se apresuró a responder María, al notar que la conversación no acabaría. Sabía lo divertido que resultaba para Gerardo no responder de inmediato; sin contar, además, que la modestia le ganaba en ciertas ocasiones—. Fue con una rama, casi, casi que hoy no lo contamos. No sé que hubiera…

—Ñuke, no la preocupes. Lo dices como si sentir un pequeño malestar fuera el peor de los pecados.

— Pecado, puede que no sea, pero mire que sentirse mal justo cuando mi niño está pasando una situación tan penosa. Fue muy inconveniente, mire lo que sucedió.

La mujer no dejó de hablar hasta mucho después de haber abandonado la habitación, sus reclamos estaban cargados de preocupación por Gerardo  y fueron muy duros para Julia, a los que finalmente encontró  justos. ¿Quién era ella para venir a ocasionar tanta molestia? En ese instante volvió a recordar lo lejos que estaba de casa; necesitaba estar junto a su familia. Extrañaba a su madre, a sus hermanos; durante febrero sus hermanas habían prometido que les visitarían para que conocieran al pequeño de Ema. Tenía una vida y lo había dejado todo por estar con alguien, una persona, que a pesar de los cuidados que le había proferido durante el último día no sentía ningún interés por ella. Sus esperanzas se habían centrado en un quizá, pero él había dejado claro ante ella sus sentimientos, y lo había confirmado nuevamente la noche anterior, mientras le oyó suplicar en sus sueños a alguien que no lo abandonara. Ya no tenía sentido permanecer allí. Verle todos los días sería una tortura constante que no estaba dispuesta a soportar.
           

Los días que siguieron transcurrieron sin ninguna novedad. Su curso, aunque normal, llevaron a Julia a un evidente estado de agotamiento. Ella se esforzaba en aparentar que todo seguía igual. Y, aunque las ocurrencias de Gerardo y de Sayen aun conseguían sacarle una sonrisa, su falta de ánimo se hizo sentir. Decidida expresó su deseo en regresar a casa, junto a su madre. Su solicitud no fue bien recibida y alteró por completo a Gerardo quien durante toda una tarde demostró su enojo por la noticia que Julia le dio. Por su parte, ella no resistió el desagrado que le produjo la falta de comprensión y decidió no hablar con él.

Durante la cena, Julia, contempló, por primera vez, lo desagradable que resultaba el silencio entre ellos. Sabiendo que le quedaban pocos momentos para compartir anhelaba llevarse los mejores recuerdos de aquellos días junto a él. Tenía la creciente necesidad de aclarar las cosas entre ellos; más que nada deseaba decir adiós sin resentimientos.


— No lo soporto más—-dijo Julia mientras se acercaba a él.

— Sí, ya lo sé; en ocasiones puedo resultar una persona bastante desagradable.

La respuesta de Gerardo la sorprendió y al no poder continuar, él volvió a tomar la palabra.

—No trate de ocultarme nada; dígame ¿por qué me he convertido en  la razón que tiene para marcharse antes de tiempo?

—Usted no ha entendido bien, nunca podría decir algo así de usted. Yo me refería a que no soporto que estemos enfadados, el silencio que ahora existe entre nosotros me está matando.

—Entonces, quédese conmigo.

—No puedo.

—Usted me confunde—dijo buscando su manos— si no soy yo y tampoco mi carácter las razones de su partida, ¿por qué lo hace?

—Es solo que yo… ¡Extraño a mi familia!

—Ya veo, pero podría haberlo dicho antes y hubiéramos evitado estar enojados toda la tarde, ¿verdad?

— ¿Sí? —respondió Julia titubeando

—Siendo así, puedo enviar por ellos. No me deje justo ahora que viene mi hermana y su esposo, no quiero estar solo,  lo único que harán será criticar mi forma de vida. Quizá con qué disparate salgan ahora que vean en la condición que me encuentro. Reprocharan todas mis decisiones y seguramente atribuirán mi accidente a un acto de Dios o algo así por no escucharles.

—Perdóneme, pero no puedo. Necesito regresar, he estado demasiado tiempo lejos. Mis hermanas deben encontrarse en casa y es la oportunidad que tengo para verlas nuevamente. Entiéndame, por favor.


—Bien, tendré todo dispuesto para que mañana salga temprano.

Su trato le pareció imperdonable. Prácticamente la estaba lanzando a la calle. Su falta de cortesía la sorprendió, en ese momento recordó la conversación de las enfermeras en el hospital; llegó a la conclusión que ese debía ser su comportamiento cuando no se llevaba a cabo su voluntad o con quienes consideraba inferiores a él. Llorar hubiera sido una solución excelente, pero demasiado fácil. Se asió de toda la dignidad que poseía en su interior y una soberbia que no conocía se apoderó de ella, se retiro indignada, claro, con mucho gusto hubiera abandonado la casa durante la noche, sin embargo, no conocía el camino y pensó que sería mucho más fácil si se decidía a buscarlo con la luz del día.

Ni el desanimo o la poca fuerza que poseía, producto de la discusión que tuvo con Gerardo, le sirvieron como excusa para conciliar el sueño; había tomado una decisión y por más dolorosa que resultara la cumpliría a cabalidad. Cuando la oscuridad comenzó a ceder ante los primeros atisbos de luz, Julia,  tomó su equipaje decida a dejar atrás todo aquello que la había hecho feliz, pero que sin duda, en ese instante, la hería profundamente.

Sigilosa atravesó todas las habitaciones de la planta alta. Su paso por la escalera resultó ser más ruidoso de lo que esperaba; en una estancia tan amplia, y sin ocupantes a esa hora, fue imposible no hacer eco con cada uno de sus pasos. Para cuando creyó haber logrado su objetivo y se disponía a cerrar la puerta, una fuerte resistencia se opuso a sus deseos.

9 comentarios:

Lourdes dijo...

ayy como me haces llorar!! jaja que tristee Jennieh como me haces desear ese amor de Gerardo y Julia. No importa porque más me entusiasmo nena. Ay que penaa se va... se va????? jajajaja
No puedo esperar el capi próximo no nos dejes así. Un beso mi reina muy buen capi.

Raquel Campos dijo...

Precioso capítulo Jennieh, me has dejado muy triste por la marcha de Julia.
¿será posible que se queden así??
Ayyy, que no quiero que queden de esa forma.
hasta el siguiente capítulo.
Un beso enorme!!

María Border dijo...

¿Quién la detuvo? Ay Jennieh, que siempre me dejas con la intriga.

J.P. Alexander dijo...

uy Pobrecito . Me encanta esta historia amo las novelas de época y esta siempre me deja con ganas de más.

Jennieh dijo...

Lou, bueno así se dieron las cosas, espero que el siguiente capítulo satisfaga tus deseos.

Un beso.

Jennieh dijo...

Raquel, algunas veces ciertos sucesos son necesarios para otros que nos causan sorpresas mayores.

Un beso.

Jennieh dijo...

María, lamento que siempre sea así, pero no sé algo pasa que disfruto con ello.

Un beso.

Jennieh dijo...

Gracias Citu, es importante para mí saber tu opinión y además que te gusta.

Un beso.

princesa jazmin dijo...

Ay, Jen, me estás haciendo enojar un pelín con Julia, cómo puede pensar que a Gerardo no le importa?ya me dan ganas de sacudirla :)
Y esa marcha en la noche, logrará concretar su escape o sus sentimientos la vencerán?...
Voy al próximo.