CAPÍTULO
XXIII: Regreso a casa
A pesar que el viaje hasta la estación había sido lento y
tedioso, el encontrarse sola fue favorecedor para Julia. Los constantes cambios
que sufrieron sus emociones le hicieron llorar en más de una ocasión. En el
instante que subió al vagón sintió que su corazón se había vuelto fuerte; aún
sin saber el verdadero significado, pero ahí estaba dispuesto para afrontar
todo lo que se interpusiera entre Gerardo y ella. La tranquilidad que le
proporcionó el viaje la sorprendió, y sin poder evitar la ironía de sus
pensamientos se dedicó a mirar los distintos paisajes que se presentaban a
medida que el tren avanzaba.
Cuando Julia llegó, sus hermanas llevaban varios días en
casa. Ema, por comentarios que logró escuchar de su madre, ya había recuperado gran
parte de su salud; sus mejillas estaban volviendo a tomar ese exquisito color
rosado, que todos alababan en su niñez; sus ojos ya no lucían cansados y
comenzaban a recuperar el brillo que un lindo color verde les puede
proporcionar; todo atribuido, según ella, a la reciente labor y dedicación de
madre que profería al pequeño Matías. Misión que, como abuela entusiasta, había
decidido tomar durante varios días, para que su niña pudiera descansar.
La situación de Jane era distinta, su aislamiento era un
punto de preocupación para todos en la casa, la actitud tan fría que había tomado
frente a la vida les llevó a preguntarse qué le había sucedido. A todos les
resultaba difícil entablar una conversación sin que ella se mostrara incómoda o
indiferente frente a temas que, antes de su partida, le producían entusiasmo y
satisfacción. Sin embargo, como se enteró más tarde, en más de una ocasión le
habían escuchado llorar y muy por el contrario de lo que cabría esperar esto les
daba esperanzas, pues una parte de la Jane que conocían seguía allí. Vieron en su
actitud una máscara que le permitía conectarse con el día a día.
Para Jane, la indiferencia, fue la única solución que
encontró para seguir viviendo, su única fuente de energía. Le permitía mantenerse
erguida, a la espera que sucediera algo que le devolviera las ganas de vivir la
vida que tanto había anhelado.
Las novedades en el ceno de su familia no dejaron de sorprender a Julia; al segundo
día de su llegada volvió a encontrarse con el hombre que, en su antigua visita, había dejado tan
descompuesta a su madre, pero esta vez su presencia causaba una reacción muy
distinta. Julia, no logró salir de su asombro cuando su madre le recibió con
una alegría que logró comprender una vez que ella le llamara muy afectuosamente
padre. El semblante del hombre era, también, muy distinto del que recordaba; le
pareció mucho más joven en ese instante; la felicidad que brotaba en cada uno
de sus gestos, de sus miradas, le favorecían constantemente.
A
medida que pasaron los días, contando con muy poco tiempo para pensar en su
propia vida, Julia, llegó a saber con detalle cada uno de los sucesos, que por
esos días, tenían tan feliz a su madre. En un principio le costó acostumbrarse
a la idea de que, en ese momento, tenía una familia más numerosa, así como que,
aparte de su abuelo, le faltaba conocer a dos primos que estaban próximos a
llegar a Santiago; a quienes éste último les atribuía la misma disposición a brindarles
protección y cariño.
Con la costumbre, que solo los días saben entregar, Julia
llegó a sentirse menos incómoda ante él y las afectuosas muestras de cariño que
de su abuelo recibió, la llevaron a preguntarle el porqué de tal actitud para
con ella, pues en algunos momentos le parecía notar nostalgia en su mirada. La
respuesta que recibió la llenó de temor y más dudas.
Para ese entonces a Julia no le extrañaba que más de una
persona la encontrara parecida a algún conocido, en los últimos meses le había
sucedido con frecuencia, y llegó a pensar que su cara debía ser una a la que
las personas relacionan fácilmente con otra; pero que su abuelo se impresionara
con la similitud que mediaba entre ella y su tía la llenó de curiosidad. Las
comparaciones para Julia sonaban en su cabeza como un absurdo, pues ella no
concebía imaginándose parecida a alguien que no tendría, quizás, la oportunidad
de conocer. Nunca hasta ese entonces había encontrado sentido a que la
compararan; tal efecto se debió a que la referencia por fin tendría un nombre y,
si corría con suerte un rostro al cual admirar; y así, de una vez, juzgar por
sí misma si aquella aseveración era correcta.
El negocio que
habían logrado instalar con su madre marchaba cada día mejor. Los pedidos de
arreglos florales habían aumentado significativamente obligando a la señora
Isidora a contratar dos personas para que la ayudasen; por entonces la moda de
instalar pequeños lugares de reuniones para las damas había cobrado fuerza. La singularidad
con la que creían contar era la particular fijación que sentían de instalarlos como
terrazas, y así, en los meses que duró el verano de aquel año, Santiago, contaba
con varios de estos sitios que, muchas veces, se encontraban uno al lado del
otro.
Nota: ¡Hola!, después de tanto tiempo es agradable saludarles. Agradezco que pasen a darse una vuelta. Como se habrán dado cuenta le di un nuevo respiro al blog, una especie de fashion emergency, espero que les guste: cambió de color y al final encontrarán los links directos a cada capítulo de las historias que aquí he publicado.
¡Qué tengan un feliz domingo!
Les quiero mucho.
Un beso.
P.D: En el blog "Déjame contar palabras" explico algo sobre mi ausencia de estos meses; si desean pasar pinchen AQUÍ
(Jajaja, que volada soy. Ya está, he puesto el enlace que había olvidado).
(Jajaja, que volada soy. Ya está, he puesto el enlace que había olvidado).