CAPITULO
V: Malas noticias
Una tarde, antes que Julia cerrara la floristería, llamó
su atención que el público del teatro se estuviera retirando tempranamente.
Escuchó a las personas comentar lo aburrido que resultaba la obra sin el actor
principal y de la falta de consideración por parte de la administración al no
dar aviso de los cambios que se produjeron. Preocupada se decidió a preguntar a
cualquiera que pasara los motivos de la ausencia de Gerardo.
En esos momentos pasó frente a ella una pareja que se
veía muy sencilla y abordándolos les preguntó:
— Perdón, no deseo molestarles, pero tengo curiosidad por
saber qué ha sucedido en el teatro.
— No es molestia hijita, ¿verdad mi viejo?—dijo
amablemente una señora de edad; mientras el aludido confirmaba con un leve
movimiento de cabeza.
— ¿A qué se debe tal alboroto?, es que deseaba asistir
uno de estos días— dijo para satisfacer su curiosidad.
— ¡Oh!, pequeña. Mucho me temo que, después de hoy, la
compañía decida continuar con las funciones. La mayoría del público nos hemos
retirado indignados debido a que ni siquiera han tenido la cortesía de
avisarnos que han cambiado a uno de los actores. Me va a creer usted que
veníamos especialmente a verle a él, y ahora que no está, he perdido el entusiasmo.
— Pero ¿conoce usted los motivos para que hayan decidido
cambiar de actor?— dijo, Julia, impaciente ante la respuesta tan ambigua que
estaba recibiendo.
— Claro que sí. Antes de salir preguntamos, y nos dijeron
que aquel actor…Gerardo Subercaseaux, ¿verdad viejo?— dijo para sí misma sin esperar
una respuesta del hombre— tuvo un accidente, pobre joven, tan simpático que es y
venir a sucederle una cosa así. Es una verdadera lástima; cosas así les ocurran
a personas tan jóvenes. Solo espero que se encuentre bien, que se recupere
pronto—Cuando retomaban su camino la mujer miró curiosamente hacia la vitrina—.
Mira que lindas flores acuérdate de enviarle mañana un arreglo al hospital…
donde esta convaleciendo.
Después de oír la palabra “accidente”, Julia, quedó
petrificada. ¿Cómo había sucedido una cosa así?, ¿qué tan grave había sido?,
¿cómo obtendría más información? Su mundo se había venido abajo de pronto, el
intenso frío que se depósito en su cuerpo en aquel momento no la había
abandonado en su recorrido de vuelta a casa. Creyó, en más de una ocasión, que
no lograría llegar, pero ahí estaba encerrada en su habitación, sentada sobre
su cama, sin saber qué hacer.
En las horas posteriores a su regreso, su madre, trató de
obtener información en más de una ocasión, sin embargo, su preocupación crecía
a medida que Julia no era capaz de pronunciar palabra, y se quedaba viendo de
manera perdida fijamente. No fue difícil llevarla a su habitación, de hecho ni
siquiera tenía idea que ya estaba vestida para dormir.
En su mente, Julia, solo podía acudir a Dios para que ayudara
a Gerardo. Lamentaba no poder estar a su lado, la incertidumbre sobre su
verdadero estado de salud la mantenía en vela; cuestionando a momentos,
también, la supremacía del Dios, al que ella tanto rogaba. No lograba entender
cómo sucedían cosas así a las personas que quería; primero la muerte de su
padre y, ahora esto.
A medida que la luz se extinguía en la habitación sus
ojos comenzaron a cerrarse. Enojadísima consigo misma por siquiera pensar o
tener deseos de dormir llegó a la conclusión
de verle a como diera lugar. Estaba decidida, al día siguiente iría al hospital
para enterarse de su estado real de salud.