CAPÍTULO
XXIX: En sí mismo
Gerardo, que había concluido en lo poco conveniente que
sería dejar a Julia con la responsabilidad de las acciones de ambos, se presentó,
sin anunciar, en la casa de su abuelo. Su repentina aparición hizo volar la
imaginación de la señora Isidora que llevaba un buen tiempo escuchando el relato de su hija; limitándose a sonreír, para
ella, la identidad del hombre quedó al descubierto sin necesidad de mencionarlo.
Consciente que su irrupción no dejaría espacio para las dudas, no tardó en
expresar sus intenciones. El hecho que no apartara los inconvenientes que
podrían surgir de su relación con Julia entregó a su tía una mejor opinión de
la que ya se había ganado.
Para la señora Isidora, el afecto por su sobrino no venía
solo por el recuerdo de su prima; ya había apreciado en él un carácter particular.
Sostenida por el cariño, alejó el prejuicio de los recuerdos que saltaron a su
memoria; después de todo, los hijos no tienen por qué repetir las historias de
sus padres o cargar con sus culpas. Su reacción no fue inferior de la que se
podría tener una vez que se ha luchado por amor. La temeridad con que su hija y
sobrino decidieron enfrentar su historia, le gustó. Y a pesar de los actos
irracionales que escuchó, comprometió su ayuda cuando decidieran dar a conocer lo
que les unía.
La mirada nerviosa que vio entre Julia y Gerardo hizo
comprender a la señora Isidora que, al parecer, la dificultad contemplada era
ella. Tratando de dar seriedad al asunto, contuvo las ganas de reír por la
escasa visión que las personas suelen tener, sobre todo, cuando están
enamoradas. Les explicó, muy a su pesar, la posible reacción de don Pablo; porque
si bien, en su padre había visto algunos cambios, podría asegurar la oposición
férrea a una unión entre ellos si llegaba a enterrarse de las circunstancias en
que se basó y creció su amor.
En conclusión, la entrevista llegó a ser más compleja
de lo que esperaban, deberían aguardar un tiempo prudente para evitar las
habladurías; confiando que nada de lo sucedido antes del reencuentro familiar se
llegase a saber.
La noche, que en ocasión del último tiempo no se
presentaba conciliadora, con un pensamiento repentino e inquietante asaltó el
plácido sueño que Julia había conseguido alcanzar. Palabras e ideas que no
fueron aclaradas en la posterior conversación con Gerardo se presentaron sin
tregua. “Tú posees más que mi corazón” la
frase con que Gerardo se despidió trajo a su memoria el día en que prometió
regresar a la casa de campo; recordó, además, que esa no fue la única promesa
realizada en su despedida. El contenido de la casilla de correo despertó por
completo su imaginación y comenzó a visualizar situaciones que hasta
cierto punto se volvían irreales.
El dirigirse tempranamente hasta la oficina de correos
ocasionó que Julia esperase afuera del edificio, a merced del frío, alrededor
de media hora en una mañana poco usual de Santiago. El entumecimiento de sus
manos no fue de ayuda para calmar su curiosidad, la ansiedad que apareció luego
de guardar todo el contenido de la casilla en su pequeño bolso de mano le impidió
ver a cualquier persona incluso llegando a casa de su abuelo. El contraste de
su cuerpo atacado por el frío matutino y la tibieza de su habitación le produjeron
un leve estremecimiento que se mezcló con la emoción de ver una serie de
tarjetas que comenzó a leer con atención.
“Hoy, comienzo una aventura de la que espero descubras en el momento
preciso. No creo en el destino, pero esta mañana te vi nuevamente y confío en
la posibilidad que algún día leerás lo que aquí escribo. No puedo extenderme
demasiado, porque el espacio es insuficiente. Así que solo diré que el color
rosado te asienta de lo mejor, sobre todo si aflora de tus mejillas”.
“Si
supieras lo absurdo que encuentro el enviarte flores cuando tú estás rodeada de
ellas. Me gusta decirte que de alguna forma me siento unido a ti, te extraño”.
“Desde
lejos te veo llegar, y en cada ocasión luces más hermosa. Acabo de tener una
idea y que si aún recuerdas al entrometido del parque te sorprenderá”.
“Al
parecer dio resultado. Verte llegar desde otra dirección fue una sorpresa, es satisfactorio
descubrirte mirándome, bueno al retrato”.
“Quiero
enterarte que hoy no aguanté más y fui a verte a la floristería. Simular ser
otro y mostrarse indiferente en las tablas es fácil. ¿Perdonarás la cobardía de
este ser que cada día te necesita más? Quisiera ser alcanzado por un rayo y que
fueras testigo para compensar el mal rato que te hice pasar”.
“Estas
son las últimas flores que envío. Sabrás que me doy por vencido sin siquiera
haber luchado. Soy un cobarde, no soportaría saber que me desprecias si conoces
la verdad”.
“Extrañamente
no me equivoqué, el destino existe. Ahora estarás leyendo algunos trazos de mi
alma. ¿Por qué actuamos de manera tan extraña los seres humanos? ¿Podrás
perdonarme? No quiero influir en tu respuesta, pero necesito decir que: ¡Te amo!”
Hitos que no le resultaban ajenos habían marcado a
Gerardo en la misma medida que a ella. Julia recordaba con claridad cada
detalle de aquellos días y no fue hasta que su impulso de mirar al cielo para
expresar su felicidad la hizo ver que allí no se encontraba sola.
Desde la puerta, Gerardo, trató de responder la única
pregunta que consiguió articular Julia al verle ahí.
—Luego del comentario que hice ayer al despedirme, supuse
que entenderías. Que tu despertar sería más temprano de lo normal y, que
alrededor de esta hora te podría hallar de regreso en casa.
El deseo de Julia por correr a los brazos de Gerardo se
detuvo por el acertado gesto que él le hizo. No era conveniente hacer ruido,
así el impulso de ella se convirtió en una odisea por mantener en silencio sus
pasos dentro de la habitación. Poco a poco el tímido beso que Julia le entregó al
llegar a su lado hizo a Gerardo olvidar sus propios consejos y entre risas, que
pasaron desapercibidas por una extraña conmoción en la casa, expresó cuánto la
amaba.