miércoles, 13 de febrero de 2013

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XXII: Al alba    


Gerardo, no permitiría que ella lo abandonara. La larga noche que había pasado en la biblioteca le hizo volver a tomar las riendas de su vida; la oscuridad de sus ojos se había ido disipando poco a poco en los últimos días. Se preguntaba si alguien se habría percatado; y, aunque la costumbre puede volver ciertas situaciones en algo real, él no estaba para seguir disimulando, le había costado demasiado esfuerzo fingir durante todos esos días. Verla nuevamente fue un privilegio, con anterioridad a su accidente solo lograba hacerlo desde la distancia. Había tenido la oportunidad de verla sonreír y adoraba cada vez que lo hacía, pero también había alcanzado a ver como su alegría se apagaba poco a poco y no pudo dejar de sentir culpa.

Sabía perfectamente, por la expresión de su rostro, que su actitud la había decepcionado, su actuar lo hizo sentir indigno y no merecedor de los cuidados y el afecto que Julia le profesaba, ¿cómo había sido capaz de pedirle que se fuera casi de inmediato? La desesperación, ¿tal vez?, ese deseo incontrolable que se había apoderado de él; la necesitaba, de una extraña manera que aún no comprendía del todo; algo que hasta entonces jamás había sentido por una mujer. Estaba decidido, ni siquiera el deseo que Julia se descubriera a sí misma le impediría hablarle de sus sentimientos.  

Gerardo se apresuró a seguir sus impulsos y cuando se disponía a salir leves ruidos indicaron movimiento en la casa. Convencido que debía tratarse de Julia no pudo evitar sentir dolor y enojo al saber que ella tenía la intención de partir sin despedirse. Sonrió ante el poco sentido común que le quedaba. ¿Cómo podía esperar que Julia fuera hasta su puerta a despedirse?; después de todo ¿no había sido él quien fijó la fecha de su partida?


Sin querer satisfacer su curiosidad, porque suponía muy bien a quien encontraría detrás de la puerta, Julia, decidió continuar su camino. Al momento en que llegó a las escaleras la pregunta de Gerardo la hizo paralizar.

— ¿De qué huye?, ¿a qué le teme tanto, Julia?

—No estoy huyendo. Solo me ahorro la vergüenza de ser lanzada de su casa.

—Si es por lo que dije ayer, perdóname, por favor.

—No es sólo por eso, verá si permanezco por más tiempo usted tendrá otras razones para hacerlo y, ese momento no podré soportarlo —dijo, volteando por primera vez para mirar a Gerardo.

—Cuéntame qué te sucede, creo que entenderé.

—Lo dudo. Ayer, demostró claramente que no es capaz de entender razones que se antepongan a sus deseos —dijo con brusquedad—. No crea que existe resentimiento por su actitud. Le he disculpado, incluso, antes que lo pidiera. Es hora de partir —sentenció endulzando el tono de voz, mientras trataba de memorizar cada detalle de él—, adiós.

—No te vayas de esta manera, sé que por momentos suelo ser intransigente; me comporté de manera muy injusta contigo. Necesito…una prueba para quedar en paz y saber que he sido perdonado—dijo con una sonrisa—. Ven acércate.

Julia, se acercó muy nerviosa hacía varios minutos que su corazón trabaja de manera intermitente. Sin saber de dónde obtuvo fuerzas para retroceder llegó donde se encontraba Gerardo. Sin percatarse que él le había entregado una llave y menos aún, sin escuchar lo que decía, la dejó caer. El sonido la hizo reaccionar y volver al tiempo y lugar donde debía encontrarse. Asombrada por lo sucedido, una vez que encontró la llave, Gerardo, repitió la petición. 

—Necesito que hagas algo por mí, en el correo encontrarás una casilla a mi nombre. Cuando tengas su contenido entrégaselo a Dan, mi secretario. Aquí están las llaves y el número.

—Bien, pero no entiendo ¿porqué debo retirar el contenido?, creo que bastará con dejar las llaves a su secretario y que él se encargue.

—No, esto es un asunto personal y solo confío en ti.

—Está bien, no tenga dudas que haré lo que me pide.

Justo cuando se disponía a retomar su camino, Julia, reaccionó sobre la manera en que Gerardo la había tratado, pero deseó continuar con su camino, quedarse sería peligroso y más cuando la visita de su hermana era inminente. En tanto se alejaba, unos pasos firmes y presurosos se acercaron a ella, en un instante, Gerardo estuvo a su lado, sosteniéndola. Sin saber de dónde obtuvo fuerzas, Julia, forcejeó para soltarse. La sorpresa de aquel suceso hizo que sus mejillas se encendieran por dos motivos a la vez. Ella sintió vergüenza y bajó la vista; anhelaba que volviera a suceder lo que en el hospital, deseaba volver a sentir aquella sensación que le produjo encontrarse rodeada por sus brazos y sentir la calidez de su respiración cuando la besó en la mejilla; pero al mismo tiempo se sintió enfadada consigo misma ¿cómo volvería a vivir? Una corriente recorrió por completo su cuerpo cuando él, con suavidad, logró voltearla y atraerla hacia sí.

Gerardo, comprendía las dificultades de explicarlo todo, pero lo había decidido, ya no estaba dispuesto a seguir con ese juego absurdo, la verdad se había dado paso entre las circunstancias de ambos y daba gritos por salir de una vez por todas.

Mientras él la abrazaba, Julia, trató de encontrar una explicación a lo que allí estaba sucediendo, para ella todo se debía a su creciente imaginación, sin duda, era otra de sus visiones. Trató de despertarse a la fuerza y como no lo consiguió se dijo en un susurro:

—Despierta, Julia.

Gerardo, sonrió; tomó suavemente sus manos, y mientras alcanzaba su rostro, le respondió:
             
—Esto no es un sueño, mi ángel.


domingo, 10 de febrero de 2013

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XXI: Horas de silencio
           

A la mañana siguiente, los dos se despertaron sorprendidos por dónde se encontraban. Sayen los miraba divertida desde la entrada de la habitación.

— ¿Qué hora es? —preguntó Gerardo.

—Son más de las diez —respondió la niña.

—No puedo creer que haya dormido hasta esta hora. Ven, ayúdame Sayen —solicitó Gerardo, al notar que no podía apoyar el brazo para levantarse.

Alarmada, Julia, le ayudó. Su malestar había cedido del todo a esa hora, y le pareció que nada de lo ocurrido había sido real, pero él estaba allí, despertando a la misma hora que lo hacía ella, a su lado. Tomó del brazo izquierdo a Gerardo y comenzó a levantarlo con fuerza.

Durante la noche el brazo había vuelto a sangrar, sin que él se diera cuenta. Cuando más tarde María se encargaba de limpiar la herida con unos extraños ungüentos, Julia preguntó:

— ¿Cómo pudo hacerse una herida así? — notando la profundidad de la misma.

—No es nada —le respondió él.

—Se la hizo mientras la traía a casa, mi niña —se apresuró a responder María, al notar que la conversación no acabaría. Sabía lo divertido que resultaba para Gerardo no responder de inmediato; sin contar, además, que la modestia le ganaba en ciertas ocasiones—. Fue con una rama, casi, casi que hoy no lo contamos. No sé que hubiera…

—Ñuke, no la preocupes. Lo dices como si sentir un pequeño malestar fuera el peor de los pecados.

— Pecado, puede que no sea, pero mire que sentirse mal justo cuando mi niño está pasando una situación tan penosa. Fue muy inconveniente, mire lo que sucedió.

La mujer no dejó de hablar hasta mucho después de haber abandonado la habitación, sus reclamos estaban cargados de preocupación por Gerardo  y fueron muy duros para Julia, a los que finalmente encontró  justos. ¿Quién era ella para venir a ocasionar tanta molestia? En ese instante volvió a recordar lo lejos que estaba de casa; necesitaba estar junto a su familia. Extrañaba a su madre, a sus hermanos; durante febrero sus hermanas habían prometido que les visitarían para que conocieran al pequeño de Ema. Tenía una vida y lo había dejado todo por estar con alguien, una persona, que a pesar de los cuidados que le había proferido durante el último día no sentía ningún interés por ella. Sus esperanzas se habían centrado en un quizá, pero él había dejado claro ante ella sus sentimientos, y lo había confirmado nuevamente la noche anterior, mientras le oyó suplicar en sus sueños a alguien que no lo abandonara. Ya no tenía sentido permanecer allí. Verle todos los días sería una tortura constante que no estaba dispuesta a soportar.
           

Los días que siguieron transcurrieron sin ninguna novedad. Su curso, aunque normal, llevaron a Julia a un evidente estado de agotamiento. Ella se esforzaba en aparentar que todo seguía igual. Y, aunque las ocurrencias de Gerardo y de Sayen aun conseguían sacarle una sonrisa, su falta de ánimo se hizo sentir. Decidida expresó su deseo en regresar a casa, junto a su madre. Su solicitud no fue bien recibida y alteró por completo a Gerardo quien durante toda una tarde demostró su enojo por la noticia que Julia le dio. Por su parte, ella no resistió el desagrado que le produjo la falta de comprensión y decidió no hablar con él.

Durante la cena, Julia, contempló, por primera vez, lo desagradable que resultaba el silencio entre ellos. Sabiendo que le quedaban pocos momentos para compartir anhelaba llevarse los mejores recuerdos de aquellos días junto a él. Tenía la creciente necesidad de aclarar las cosas entre ellos; más que nada deseaba decir adiós sin resentimientos.


— No lo soporto más—-dijo Julia mientras se acercaba a él.

— Sí, ya lo sé; en ocasiones puedo resultar una persona bastante desagradable.

La respuesta de Gerardo la sorprendió y al no poder continuar, él volvió a tomar la palabra.

—No trate de ocultarme nada; dígame ¿por qué me he convertido en  la razón que tiene para marcharse antes de tiempo?

—Usted no ha entendido bien, nunca podría decir algo así de usted. Yo me refería a que no soporto que estemos enfadados, el silencio que ahora existe entre nosotros me está matando.

—Entonces, quédese conmigo.

—No puedo.

—Usted me confunde—dijo buscando su manos— si no soy yo y tampoco mi carácter las razones de su partida, ¿por qué lo hace?

—Es solo que yo… ¡Extraño a mi familia!

—Ya veo, pero podría haberlo dicho antes y hubiéramos evitado estar enojados toda la tarde, ¿verdad?

— ¿Sí? —respondió Julia titubeando

—Siendo así, puedo enviar por ellos. No me deje justo ahora que viene mi hermana y su esposo, no quiero estar solo,  lo único que harán será criticar mi forma de vida. Quizá con qué disparate salgan ahora que vean en la condición que me encuentro. Reprocharan todas mis decisiones y seguramente atribuirán mi accidente a un acto de Dios o algo así por no escucharles.

—Perdóneme, pero no puedo. Necesito regresar, he estado demasiado tiempo lejos. Mis hermanas deben encontrarse en casa y es la oportunidad que tengo para verlas nuevamente. Entiéndame, por favor.


—Bien, tendré todo dispuesto para que mañana salga temprano.

Su trato le pareció imperdonable. Prácticamente la estaba lanzando a la calle. Su falta de cortesía la sorprendió, en ese momento recordó la conversación de las enfermeras en el hospital; llegó a la conclusión que ese debía ser su comportamiento cuando no se llevaba a cabo su voluntad o con quienes consideraba inferiores a él. Llorar hubiera sido una solución excelente, pero demasiado fácil. Se asió de toda la dignidad que poseía en su interior y una soberbia que no conocía se apoderó de ella, se retiro indignada, claro, con mucho gusto hubiera abandonado la casa durante la noche, sin embargo, no conocía el camino y pensó que sería mucho más fácil si se decidía a buscarlo con la luz del día.

Ni el desanimo o la poca fuerza que poseía, producto de la discusión que tuvo con Gerardo, le sirvieron como excusa para conciliar el sueño; había tomado una decisión y por más dolorosa que resultara la cumpliría a cabalidad. Cuando la oscuridad comenzó a ceder ante los primeros atisbos de luz, Julia,  tomó su equipaje decida a dejar atrás todo aquello que la había hecho feliz, pero que sin duda, en ese instante, la hería profundamente.

Sigilosa atravesó todas las habitaciones de la planta alta. Su paso por la escalera resultó ser más ruidoso de lo que esperaba; en una estancia tan amplia, y sin ocupantes a esa hora, fue imposible no hacer eco con cada uno de sus pasos. Para cuando creyó haber logrado su objetivo y se disponía a cerrar la puerta, una fuerte resistencia se opuso a sus deseos.

miércoles, 6 de febrero de 2013

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XX: Dormir para seguir soñando
            

Sin poder dormir tras su larga incursión por el valle de los sueños, Julia, se levantó sigilosamente para cubrir a Gerardo con una manta, al notar el frío que comenzaba a reinar con las primeras horas del nuevo día. Al acercarse pudo percatarse como una manga de la camisa de Gerardo se encontraba parcialmente desgarrada. Su preocupación y curiosidad la llevaron a acercarse más de lo conveniente;  justo en el momento en que con horror vio una venda ensangrentada cubriéndole el brazo, Gerardo, la sujetó fuertemente de la muñeca y comenzó a forcejear con ella.

Su corazón se aceleró de tal manera y en tan pocos segundos que casi creyó perder el equilibrio y, fijándose con detenimiento que Gerardo se encontraba aún en trance por el sueño trató a zafarse lentamente para que no despertara, pero su sorpresa al escuchar como él suplicaba a una persona que no lo dejase terminó por acabar con toda su delicadeza.  

— ¡No te vayas! ¡No me dejes! ¡Cómo podría vivir sin ti ahora! —dijo Gerardo, dormido.

Saltó rápidamente, intentando alcanzar la cama, pero no lo consiguió, la misma sensación de caer al vacío que había experimentado en su sueño se apoderó de ella en aquel instante.

El brusco movimiento al que fue sometido permitió que Gerardo despertara y al no conseguir respuesta de qué ocurría, se levantó con preocupación. Mientras trataba de guiarse hasta llegar donde Julia debía estar convaleciendo del incidente, tropezó. Al acercarse, con mucha dificultad se percató que se trataba de ella. Quiso pedir ayuda, pero lo consideró inconveniente; a esa hora todos debían encontrarse descansando. Tras reconocer la habitación y memorizar dónde se encontraban cada uno de los muebles, acomodó a Julia entre sus brazos y caminó con cuidado hasta situarla en la cama. En reiteradas ocasiones tocó su frente sin conseguir respuesta, luego recordó que María había logrado que despertara con una de sus hierbas, buscó con cuidado en el tocador y encontró el frasco que conservaba aún un líquido de fuerte olor.


Cuando Julia, volvió en sí pudo notar que, una vez más, Gerardo, se encontraba a su lado. Al recordar lo sucedido intentó levantarse, no deseaba permanecer un segundo más junto a él. Su cercanía la dañaba.

En vano trató de salir de la cama. Gerardo, atento a cada uno de sus movimientos, la retuvo con firmeza y autoridad.

—No permitiré que vuelva a hacerse daño.

—Créame que mi cuerpo es lo que menos me preocupa por el momento.

— ¿Qué le sucede?, sabe que en todo momento puede confiar en mí, usted…

Sorprendida por sus palabras comenzó a llorar en silencio.

—No tengo prisa, aquí estaré toda la noche —dijo con una cara graciosa.

Julia no pudo evitar sonreír ante aquel gesto torcido.

—Tal como han salido las cosas durante estos días, el enfermo terminará cuidándome  a mí.

—No me molestaría si los papeles se invirtieran. Lo incómodo de todo este asunto es que usted no me guarda ningún respeto —dijo cruzando los brazos—. Vamos, vuelva a acostarse. ¿Qué espera? ¿No me ha entendido?

—No me hable en ese tono. A un enfermo debe tratársele con delicadeza, como se nota que usted es hombre.

—Mi falta de delicadeza no se debe al género al que pertenezco; usted, la ha mermado con insistencia durante los últimos minutos. ¿Por qué insiste en desobedecerme? Venga y recuéstese aquí —indicó posesivo—. Si no se ha metido bajo las sábanas para cuando termine de contar, se verá en serios aprietos señorita. Uno, dos…


Julia, trató de contener la risa que le provocó la actitud de Gerardo, pero no lo logró. Los fallidos intentos por sujetarla a como diera lugar le hizo olvidar que fueron precisamente sus palabras la que habían provocado su alteración. Lamentó profundamente su comportamiento; después de todo él no tenía culpa alguna en que ella albergara sentimientos por él.

Cuando por fin logró cogerla, Gerardo, la acomodó muy bien bajo las mantas. Sintió como su respiración se entrecortaba, a pesar que los momentos de agitación habían sucedido hace bastante tiempo, por lo menos el suficiente como para impedir que se justificara bajo esa excusa. No logró comprender en ese momento a Julia, ella no dijo nada por su actitud. El que no podía ver era él. y la que actuaba como ciega era ella.

Decidió abrazarla fuertemente, manteniendo la precaución de permanecer por encima de las mantas.

—Así no se escapará, si es que Morfeo logra darme alcance nuevamente.

—Déjeme cubrirle.

Con un rápido movimiento, Julia, se deshizo de la mitad de su abrigo para que le proporcionaran calor a Gerardo.

—Así está mejor —declaró mientras volvía a su posición.

Antes de dormir, recordó la impresión que le había causado ver herido su brazo y le preguntó casi en un susurro:

— ¿Qué le pasó en el brazo?

—Nada de importancia —respondió sorprendido.

—No sea mentiroso, vi que estaba manchado de sangre.

— ¿Cuándo?

—Lo vi en el momento que me disponía a taparle.

— ¿Por qué se preocupa tanto por mí?, no lo merezco —dijo Gerardo esperando en vano una respuesta.


En ambos produjo una infinita satisfacción el estar juntos, sentirse cerca el uno del otro. Seguramente, ni la vergüenza que les produciría el mirarse a la cara en ese instante, borraría la amplia sonrisa con que lograron volver a conciliar el sueño.  

domingo, 3 de febrero de 2013

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XIX: Recuerdos


Gerardo, se había molestado con Julia desde la última noche que tuvieron oportunidad de estar a solas. Durante los cuatro días que permanecieron sus amigos en casa el contacto entre ellos había disminuido significativamente. Odiaba que ella no confiara en él, sabía que en aquel momento la había acorralado, deseaba que reaccionara ante sus palabras; primero lo intentó con su confesión, él la amaba y deseaba estar junto a ella, compartir una vida, nunca pensó que al decirle que deseaba que hiciera de esa casa su hogar ella le hubiera contestado que más tarde le sería molesta su presencia. Luego había intentado una confesión de su parte, por lo menos de lo que ella sentía por él. Como era posible que creyera que él la veía como a una amiga; ni siquiera la desesperación que pudo sentir en su llanto fue capaz de lograrlo.

Él había fallado, ¿cómo esperaba que Julia diera algún indicio sobre sus sentimientos sabiendo que no tenía posibilidad alguna?   

Comenzar nuevamente fue la solución que Gerardo encontró, así que durante las primeras horas del día se decidió a iniciar su tarea.

—Buenos días, ¿cómo has estado querida prima?

—Bien, un poco sorprendida de verle tan animado el día de hoy.

—Sí, lo estoy. Por fin volvemos a estar solos, hace días que no hemos conversado, y confieso que extraño nuestros paseos matutinos. Espero que su enojo hacia mí haya disminuido.

—Yo nunca he estado enfadada con usted.

—Ah, ¿no? Yo pensaba que sí, porque desde que hablamos la otra noche he sentido cierta distancia entre nosotros.

—Puede que entre nosotros se hubiera dado cierta confusión, pero pienso que debe corresponder a que hemos estado acompañados por otras personas.

—Y que le parecieron mi tía, sus hijos y, la señorita Sotomayor. Una compañía agradable, ¿cierto?

—Sí, y reveladora.

—A qué viene ese comentario

—Sucede que su visita me sirvió para darme cuenta que nuestra amistad es especialmente egoísta.

— ¿Por qué?

—Acaso no se percató que en estos días no fuimos capaces de interactuar entre nosotros dos. Cada uno se dedicó a buscar otras compañías.

—Y si comenzamos de cero, ¿a usted le molestaría? Olvidemos todo, deberíamos perdonarnos y olvidar; principalmente olvidar.

—Si considera que tener buena memoria es imperdonable, está bien, olvidemos todo.


Para sellar su acuerdo, Gerardo, expresó que un abrazo sería lo conveniente para ello. Después de desayunar y, habiendo concluido que llevar una vida en calma era lo mejor para su renovada amistad, un paseo venía muy bien a ese propósito. Gerardo,  nunca pensó que el pequeño acercamiento físico entre ellos lo mantendría tan inquieto, el abrazo de la mañana lo alejó por completo de Julia; él ya no deseaba seguir fingiendo sobre sus sentimientos, necesitaba tenerla cerca, saber que de alguna manera se pertenecían. Sin saberlo, Sayen fue de ayuda para que Julia no notase el cambio que se había producido en él. La pequeña lo había apartado para sí por completo, mientras Julia se ocupaba de leer una nota que Eloísa le había enviado durante la mañana.


Querida Julia:

Ayer por la tarde, cuando llegamos desde el fundo, Fernando y yo conversamos.  Tuvimos la oportunidad de estar a solas, él me preguntó si podría guardar alguna esperanza con respecto a mí. En ese instante no supe bien qué decir, necesité que mis pensamientos se ordenaran, mientras lo hacia se acercó y tomó mi mano, confesó que yo era la mujer que tanto había soñado, que mi rostro le pertenecía a la figura con quien deseaba compartir su vida y que esperaba que él también representara lo mismo para mí. Encontrándome aún sin palabras me limité a mirar sus ojos, ahora sé que en muchas ocasiones las palabras no llegan a ser necesarias. Le sonreí, acercó mis manos a su corazón y allí permanecieron por un instante que pareció ser eterno, pero la eternidad vino después cuando me beso en los labios. Confieso que aún guardo ese momento y lo vivo nuevamente, a cada instante al recordarlo. Tras conversar con su madre se decidió que era conveniente hacerlo con mis padres, se está arreglando todo para nuestro regreso a Santiago, no he querido partir sin antes enterarte de lo sucedido y agradecerte, mi amado Fernando, me contó sobre la conversación que sostuvieron ustedes; estoy enterada de los consejos, gracias por ayudarme.

Me gustaría verte feliz, así como yo lo soy ahora. Por eso me atrevo a sugerirte, una vez más, que no permitas que el tiempo siga pasando, di la verdad. Yo sé que él te perdonará, pude sentir en sus palabras algunos sentimientos por ti, y no creo que sea como a una amiga o hermana, olvida sus palabras hazle saber que no son familia, creo que eso  lo detiene. Tú y yo sabemos que no es verdad, busca la felicidad, libérate de las cadenas a las que te ataste aquel día cuando te presentaste como su prima. El tiempo en materia de amores es importante y es él quien no perdona.

No puedo despedirme sin antes expresar que deseo, al volvernos a encontrar, que todo se haya solucionado todo a tu favor. Cuando regreses no tengas dudas en ir a visitarme a casa, eso si aún sigue siendo mía. Porque tal como veo todo el asunto, para ese entonces, espero haber formado mi propio hogar.

Tu amiga que te quiere y desea verte feliz,
                                                                           
                                                                                                              Eloísa Sotomayor.

La carta de su amiga no dejó de sorprender a su Julia, le pareció que los acontecimientos se habían sucedido de una manera muy rápida, aunque feliz para Eloísa y Fernando.

Sin reparar por donde caminaba se había alejado demasiado de Gerardo y de Sayen. Sus pasos la habían llevado a un lugar del que ella, sin ser consciente durante todo el tiempo que llevaba allí, había evitado por una extraña razón. Al lugar le faltaba luz, ya fuera porque estaba casi en colindancia entre dos cerros o porque la vegetación allí era extensa, pero en ella producía una sensación de miedo, no podía explicar bien el porqué y, aunque hasta ese momento no había reparado donde estaba, el frío que comenzó a recorrer su cuerpo le dio una señal de alerta. Julia deseaba escapar, salir de aquel lugar, pero su cuerpo no respondía a las peticiones de su mente; estaba paralizada. Tras varios minutos de lucha consigo misma logró pronunciar una palabra; en el instante que Gerardo escuchó su nombre la desesperación lo convirtió en su presa. Sin saber desde qué lugar provenían los gritos y qué los ocasionaba le pidió a Sayen que lo ayudase a encontrar a Julia; al poco tiempo que los gritos cesaron la niña llegó corriendo a su lado, informándole que Julia yacía tendida e inconsciente cerca del camino de piedra. Gerardo guiado por su hermana logró llegar hasta el lugar. Trató en vano que Julia despertase; decidido la tomó en sus brazos y dirigido por Sayen comenzó a caminar hasta la casa.

Julia no volvió en sí hasta la hora del crepúsculo. Se despertó con la sensación de haber vivido algo terrible, mas al ver junto a ella a Gerardo que no cesaba de hablarle en un tono suave supo que todas aquellas imágenes que guardaba aún en su cabeza, antes de despertar del todo, se debían a un terrible sueño.

 
— ¡Despierta, por favor! ¡Mi amor, despierta!


Esas fueron las palabras que Gerardo no se cansó en repetir hasta que Julia volvió en sí. Cuando María le informó que la joven estaba reaccionando por fin logró calmarse. Aún no lograba explicar tan extraño suceso, el porqué Julia, había reaccionado con tanto temor; si hasta ese entonces parecía no haber recordado que efectivamente, por unos días en su niñez, había estado de visita junto a su madre en el fundo; ¿cómo le contaría toda la verdad?

Mientras le acariciaba la frente y preguntaba una y otra vez — ¿cómo se encontraba?— no dejaba de pensar en cómo respondería cuando ella le preguntara. Las explicaciones no fueron necesarias, cuando logró interrogar a Julia con respecto a lo sucedido, ella le respondió que no lograba recordar nada de lo que había sucedido antes de perder la conciencia, pero que en sus sueños la desesperación se había apoderado de ella.

—No lo entiendo —le dijo—, pero en mis sueños veía a dos niños.

— ¿Y quiénes eran? —.le preguntó.

—Uno de los niños me recordó a usted y la niña al parecer era…

Al darse cuenta de sus palabras, Julia, cesó repentinamente la confesión. ¿Cómo podría estar ella ahí, si solo hacía unos meses que había conocido a Gerardo?

—No me haga caso, los sueños son solo eso, sueños.

—Pero cuénteme todo, aunque pueda parecerle absurdo.

Julia accedió, necesitaba tenerle cerca por más tiempo, no podía negar la satisfacción que le producía verle tan preocupado por ella; además, sintió que debía contarle lo sucedido, después de todo él era parte de ese sueño; y como la sensación de angustia no desaparecía, por más que trataba de decirse a sí misma que solo había sido un sueño, se decidió a continuar.

Le contó que los dos estaban en el sueño, como niños, ella como de cinco o seis años, y él le pareció como de diez años, porque era mucho más alto que ella. Jugando y entre risas habían llegado hasta el camino de piedra, luego habían  corrido hasta llegar al final de éste, y para decidir cuál de los dos era el más valiente se propusieron llegar hasta el costado de los cerros, el mismo lugar dónde, Gerardo, la había encontrado desmayada. Le pareció que allí estaba  igualmente frío y oscuro, pero que en aquel entonces no había sentido miedo, porque él sujetaba su mano con fuerza. Felices de haberlo logrado comenzaron a dar de gritos; entretenidos con el eco que se producían no se habían percatado que les llamaban. En un instante y como de la nada un hombre apareció, la furia en su rostro le daba un fuerte color rojizo y marcaba aún más sus facciones. Gerardo, le llamó papá y antes de que pudieran moverse el hombre tomó  a Julia por un brazo y comenzó a lanzar palabras muy feas en su contra; evidentemente avergonzada, Julia, prefirió omitirlas. La misma voz que les llamaba antes detuvo al hombre; quien al verla se puso muy pálido; a Julia, le impresionó la rapidez de aquel cambio. Su voz se apagó repentinamente y cayó de rodillas al suelo sin soltar a Julia. Cuando reaccionó y vio como la mujer entre gritos le decía que Julia no tenía nada que ver en los problemas de ellos dos, que la dejara ir,  la puso frente así y mirándola a los ojos antes de tirarla al suelo la llamó maldita. Julia, se vio de pronto cayendo muy lentamente. Desde su posición vio como los árboles se tornaban aún más imponentes sin lograr ver el cielo y, luego de sentir un fuerte sonido vio como la oscuridad la envolvía.     

—Extraño sueño, ¿verdad? —comentó finalmente Julia.

—Sí, muy extraño. Pero más que sueño yo diría que fue una pesadilla.

—Como sea, ya no tiene importancia.

Un bostezo evidenció lo cansado que se encontraba Gerardo, pero ni la insistencia de Julia y María en que debía ir hasta su habitación y descansar le convencieron; declaró a María con firmeza que él personalmente cuidaría de Julia y que no iba a permitir que nadie más permaneciera despierto. Tras varios minutos de conversación cayó rendido por el sueño. A Julia, le pareció que volvía a soñar; ver a Gerardo apostado en un incómodo sofá, queriendo estar al pendiente de ella, era simplemente encantador.