domingo, 21 de octubre de 2012

La verdad de una mentira


CAPÍTULO XI: A un paso


Su aspecto desmejoró rápidamente. Julia llevaba días encerrada en su habitación. Su madre se preguntaba si había hecho bien en confesarle un trozo de su pasado; para ella todo se debía a la confesión de unos días atrás. Pensaba en lo decepcionada que debía estar de ella; aunque aquella situación sí, mantenía preocupada a Julia era otro asunto el que la angustiaba. Con  preocupación de madre y viendo que Julia era incapaz de realizar sus tareas por aquellos días la Sra. Isidora había asumido la atención de la floristería.

En ocasiones, Julia, trató de consolarse diciendo que por lo menos la última vez que estuvo junto Gerardo fue especial. El recordar su cercanía la ruborizaba cada vez que lo hacía. Su pensamiento en aquella ocasión fue que Gerardo la besaría, la vergüenza que experimentó, tras sentir solo un beso en la frente, fue infinita.

Consciente que el precio por seguir ocultando la verdad era demasiado alto, Julia llevaba varios días pensando en volver hasta el hospital, presentarse ante Gerardo y que él viera por sí mismo que ella, no era su prima. La decisión que tomó la hizo en un instante. No podía y mucho menos deseaba continuar así, la vida debía seguir y con paso firme se dirigió hasta el lugar donde por fin se sabría quién era en realidad.

Su valentía disminuyó a cada paso; para cuando estuvo frente a la habitación de Gerardo se volvió a preguntar ¿si todo aquello era necesario?, la respuesta que vino desde su interior le dejó muy claro que sí. Vivir con temor a ser descubierta no era vida para nadie. Ya estaba allí, a solo un paso de asumir todas las consecuencias de sus actos, sin saber de qué manera sus piernas temblorosas le permitían avanzar para tomar la manilla de la puerta tomó aire con los ojos cerrados; creyendo que así podría conseguir algo de calma, pero una voz la detuvo de improviso:

—Señorita Julia, necesito hablarle—la voz del doctor la trajo de vuelta a la realidad—. Me permite unos minutos en mi consulta, por favor, e hizo una señal con la mano dirigiéndola.

—Doctor, está todo bien. ¿Ha sucedido algo?—fueron las únicas palabras que lograron salir de su boca.


Sin haber puesto atención, durante el trayecto, a nadie más que al hombre que tenía frente a ella, Julia se percató de improviso que ya se encontraba en la consulta del médico; sabiendo de la existencia de una silla, porque se sentó en ella.

—Tengo malas noticias, para usted. El señor Gerardo está…no sé cómo decir esto, sin preocuparla. Hace un par de días quitamos el vendaje a su primo, pero él no puede ver con claridad. Esto puede ser solo producto del fuerte trauma, sus ojos están en perfecto estado, pero aún así solo ve sombras, no distingue detalle alguno. Su estado de ánimo disminuyó de manera significativa, los últimos días las enfermeras se quejaron de su mal humor; algo muy extraño desde que usted comenzó a visitarle.

—Lamento no haber estado aquí, debió ser difícil para él—dijo Julia con tristeza.

—Supongo que así debió ser. Después de esto ha decido dejar el hospital, insistió en salir de aquí lo más pronto posible. Por lo tanto le he permitido partir esta mañana. Sin embargo, ha dejado una nota para usted, permítame—sacando algo de su escritorio, extendió un sobre para Julia—la escribió su secretario.

—Gracias—. Extendió su mano temblorosamente, impaciente por saber si se trataba de una despedida.

—La dejaré sola señorita, me he apartado de mis funciones demasiado tiempo.

—Hasta pronto, yo también espero lo mismo— esperando que la puerta se cerrara por completo se dispuso a leer la misiva.


                                                                       Santiago, 22 de diciembre.

Señorita Julia: 

Deseo pueda aceptar la invitación que extendí hace varios días. Sin duda ya habrá recibido una respuesta por parte de su madre, espero que sea favorable para mí. En estos momentos no me encuentro bien; necesito de su compañía, como usted se habrá dado cuenta disfruto mucho de ella.

Dan, mi secretario, esperara su respuesta que puede ser envia a la dirección que aparece al reverso de estas letras. 

Atentamente su primo.

La culpa se hizo presente una vez más en Julia. Ahora solo deseaba haber estado junto a él aquel día; pensó en el fuerte dolor que aquella situación debía estar produciendo en él. El deseo de acompañarle, que era el mismo que él mencionaba en la nota, fue creciendo a medida que su imaginación trató de acomodar cada uno de los inconvenientes que su joven conciencia le decía que tendría.

Tener más tiempo para estar junto a Gerardo era algo que ella no había ni siquiera imaginado. Pero ahí estaba, una vez más, ideando una manera para acompañarle. De forma fugaz una respuesta llegó; si su madre ya atendía la floristería durante el día, producto de la llegada de las vacaciones de verano y de la evidente incapacidad que ella misma había sufrido varios días por cumplir con sus obligaciones, no vio inconveniente alguno para expresar su deseo de trabajar lejos de casa cuidando a un niño; de todas maneras dos ingresos eran mejor que uno solo. Pensó que la casa de Gerardo quedaba convenientemente lejos de la cuidad y que por dinero no debía preocuparse. El dinero ahorrado para asistir al teatro era suficiente para presentarlo como paga a su próxima labor de niñera; sin darse cuenta la suma había crecido considerablemente, en su rostro afloró un extraño gesto al recordar la cantidad y expresó en voz alta mientras caminaba:

—Creo que deseaba ir al teatro todas las noches ¡Y yo quejándome!—dijo con una sonrisa en los labios; al tiempo que la premura de sus pasos la alejaban del hospital, donde por momentos creyó ser feliz.


domingo, 7 de octubre de 2012

La verdad de un mentira


CAPÍTULO X: Secretos de familia


Ya había pasado un día desde la última visita a Gerardo. El andar de Julia era lento, su regreso a casa estuvo marcado por un extraño e inquietante suceso. 


En la soledad de su habitación trató de encontrar una explicación a lo que sus ojos habían apreciado unas horas atrás; por segunda vez durante la semana encontró un carruaje apostado en la puerta de su casa. La primera ocasión no le dio importancia, no había visto a nadie subir o bajar de él por lo que no encontró relevante aquel suceso, pero por la tarde un elegante hombre, vestido de un perfecto negro salía de su casa, en su rostro se reflejaba enojo, demasiado como para verla cuando ella pasó junto a él.

Cuando llegó hasta la puerta de su casa, su madre, parecía estar sufriendo del mismo mal del señor que pasara junto a ella. Su rostro se encontraba enrojecido de furia, sus ojos, llenos de lágrimas por la rabia contenida le indicaron que no obtendría ninguna explicación. Decidida a reconfortarle, Julia, la ubicó dentro en el recibidor, buscó una taza de té para que su madre bebiera, una vez que la vio más calmada se acercó a ella y la abrazó en silencio. La preocupación y afecto de su hija llevaron a la Sra. Isidora a querer actuar de mejor manera; su respiración fue acompasándose poco a poco, hasta que el nivel de alteración disminuyó y le permitió hablar calmadamente; hecho que minutos atrás hubiera sido imposible realizar:

—Hija, por el momento no puedo hablar. Esta situación me ha dejado completamente desconcertada, aunque deseara hablarte de lo que ha sucedido, no podría hacerlo con claridad. Existen ciertos hechos en mi pasado que me avergüenzan profundamente; de los cuales no hablaré contigo y te pido que no me pidas explicación alguna.

—Mamá, si he estoy junto a usted no es porque me interesen sus asuntos con ese señor—dijo un poco enfadada al notar el tono que su madre utilizó para dar por terminada la conversación—. Yo…solo me he interesado por su salud, jamás la había visto en ese estado, y me preocupé sinceramente por usted. Además, sabe muy bien que nunca le pediría que hiciera algo en contra de su voluntad.

—Lo siento, ya ves que nada sacamos hablando por el momento. Temo que te he ofendido con mis palabras; será mejor que olvidemos todo lo ocurrido. Te amo, pero ahora necesito estar a solas.

Con esas palabras que Julia interpretó de sincero arrepentimiento y que a la vez estaban llenas de melancolía, su madre, tras subir la escalera se encerró en su habitación; lugar donde permaneció entregada al llanto hasta la hora de la cena.


El silencio que se produjera durante la comida se hizo notar. Juan, que estaba acostumbrado a que su madre y su hermana comentaran todo lo sucedido durante el día, se sorprendió al  notar que ninguna de las dos tuviera la intención de charlar. Inocentemente comenzó a hablar de su día. Contó cómo había disfrutado la tarde en casa de uno de sus amigos, de sus juegos y de los sueños de niños, que ya ambas tenían por cosas lejanas. Su intromisión trajo consigo un aire renovado en el semblante de sus acompañantes; por su parte, Julia pensó en lo lejano que le parecían aquellos días, sus nuevas ocupaciones se habían llevado lejos todos los ideales que su hermano expresaba con tanto entusiasmo; mientras que la Sra. Isidora disfrutó de ver como su hijo con una sola palabra había disipado toda su tristeza, enojo y desesperanza por la situación que viviera por la tarde, sin duda, su tesoro más preciado era la vida que había alcanzado junto a su esposo, quien a pesar de no estar ya con ella le había dejado cuatro hijos que eran toda su felicidad y dos de ellos eran la representación misma de su amor.



Los pequeños golpes en la puerta devolvieron a Julia a la realidad, la sorpresa de encontrar a su madre llamando la hicieron temer un nuevo desencuentro. Julia, abrió la puerta cuando la Sra. Isidora ya se encontraba unos pasos alejada.

—Mamá, no se vaya. ¿Necesita algo?, ¿se encuentra bien?—fueron las primeras palabras que dudosa logró sacar.

—No es nada hija, solamente deseaba conversar contigo algunas cosas.

—Pase, no tema, que no preguntaré nada; si usted así lo desea—dijo con una leve sonrisa para inspirar la seguridad que su madre necesitaba.

Una vez dentro, su madre, se mostró nerviosa, dubitativa; incapaz de contenerse se abalanzó a los brazos de Julia y comenzó a llorar descontrolada. Aquel dolor conmovió a Julia, quien trató de buscar palabras que aliviaran en algo el sufrimiento, pero no encontró ninguna. Julia, no sabía cómo o de qué manera ayudarla; sin tener ningún conocimiento de su aflicción se limitó a abrazarla fuertemente. Cuando el llanto empezó a sentirse apenas como un sollozo sus ojos se posaron fijos sobre ella. La situación incomodó aún más a Julia que a esa altura ya  no sabía qué pensar.

—Perdón, hoy no me he comportado como madre, más bien parezco una niña chiquita ¿verdad?—dijo tratando de establecer su propia cordura.

—Puede ser que sí, querida madre— con la sonrisa que esbozó trató inspirarle valor a su madre—. Yo jamás la había visto en un estado como el de hoy, ¿se encuentra bien ahora?

—Sí, mi pequeña. Deseo que sepas…

Julia se adelantó e interrumpió a su madre, la preocupación de verla nuevamente llorando superó su curiosidad por saber qué ocurría; así que la detuvo antes que ella pudiera comenzar su discurso:

—Madre, no deseo ocasionar desasosiego en usted con mi curiosidad. Le prometí, incluso antes que entrara, que no preguntaría nada sobre lo que ha sucedido hoy por la tarde.

—No me digas eso, Julia. Necesito desahogarme, ¡ésta angustia va a matarme! A quién podría confiar parte de mi historia, sino a ti, mi hija.


—Está bien mamá. Solo quería que supiera que no debe sentirse obligada a hacerlo.

—Ya lo sé, y no creas que deseo contarte todo, solo será una parte; lo que puedo contarte—dijo evidentemente más aliviada—. Tu padre no ha sido el único hombre de mi vida. Sin duda fue el único hombre que amé, pero no del primero que creí estar enamorada; antes de él…existió otro.

La sorpresa en el rostro de Julia se hizo evidente. Su imaginación la llevó a aventurar que el hombre al que se refería su madre era el mismo que vio por la tarde.

Se enteró que cuando su madre estaba por cumplir diecisiete años llegó a casa de su padre un hombre unos años mayor que ella, que la deslumbró por completo; ella, lo comparaba constantemente con los hombres de las novelas que tanto le gustaba leer por aquel entonces. Su timidez se notaba aún más cuando estaba junto a él, las palabras simplemente no lograban brotar de su boca y su creciente imaginación la llevaban a estar en las nubes la mayor parte del tiempo. Una prima, con quien su madre había crecido como una hermana, se dio cuenta de lo que sucedía y decidió ayudarla. Sus consejos dieron resultados, y al poco tiempo la joven Isidora había conseguido romper su timidez y como consecuencia natural de ello logró acercarse a aquel hombre; no pasó mucho tiempo para que el joven comenzara a mirarla de la manera que ella por tanto tiempo había anhelado, su delicadeza y encantos lograron lo que ninguna otra mujer fue capaz de hacer.

Decidido a que su tiempo de soltería había llegado a su fin pidió su mano en matrimonio; la felicidad de su madre ante aquel suceso habría durado muy poco. Él quiso exigir sus derechos de esposo, incluso antes de que esto fuera posible; bastaron solo unos segundos para que la figura perfecta de aquel hombre se desmoronara por completo ante sus ojos. Y producto de una extraña coincidencia, una muy parecida a la de los libros, apareció el hombre que definitivamente la llevó a conocer el amor.   

—Es por ese motivo que usted siempre ha dicho que mi padre ha sido su guardián.

—Sí, él me rescató del hombre más ruin que haya conocido en mi vida. Nunca reconoció lo que intentara hacer conmigo y exigiendo que cumpliera con la palabra empeñada por mi padre deseaba convertirme en su esposa. A esa altura, tras mi decepción, le odiaba. Mi padre no me escuchó, no quiso saber las razones que me llevaron a revelarme contra aquel compromiso. Además, se había enterado de mi amistad con tu padre a quien nunca vio con buenos ojos, él no contaba con la fortuna y conexiones que mi padre deseaba; sin contar, también, que era viudo y tenía dos hijas.   

—Mamá entonces tenemos más familia, siempre creí que usted no contaba con nadie.

—Efectivamente, yo no tengo más familia que la que he formado con tu padre.

—Pero…por su relato pensé…

—No te confundas mi pequeña, desde hace mucho tiempo que yo renuncié a mi vida anterior, y como consecuencia de ello a la familia de la que forme parte. Lo único que lamento es que mi pobre prima…—tristes recuerdos se agolparon en su mente, sus decisiones sin duda habían afectado a otros— tuvo que tomar mi lugar en la familia.

—A qué se refiere con eso, mamá.

—No me preguntes, querida hija, para mí no es bueno recordar el pasado. Dejémoslo donde debe estar; al fin y al cabo…tú, mi pequeña—le dijo mientras besaba su frente—, nada tienes que ver con él.     

lunes, 1 de octubre de 2012

La verdad de una mentira

Esta Dama se encuentra de regreso con esta historia; sé que hace mucho no hacía una entrada por aquí. Las excusas podrían estar demás, pero la falta de tiempo y dedicación que necesito para escribir se convirtieron en su momento mi piedra de tope para seguir desarrollando esta historia. Ya me he organizado de mejor manera y, por lo tanto, espero no faltar a mi palabra de publicar los días domingos como expresé en su momento. Esperando les guste y comenten me despido. Saludos a todos los lectores de esta historia.



CAPÍTULO IX: En la soledad de la noche

La noche para Gerardo transcurrió lentamente, el recuerdo de haber estrechado a Julia en ese abrazo que por tanto tiempo deseó, no le había permitido conciliar el sueño. Sus pensamientos volvían una y otra vez a ese momento: su propio nerviosismo le sorprendió; en otro tiempo él siempre se había considerado una persona con bastante control sobre sus sentimientos.

Nunca, hasta ese entonces, se había dejado llevar por un impulso. Su padre, lo había educado con severidad y eso sin duda contribuyó a la formación de un carácter firme; uno que le permitió controlar sus emociones en los momentos más críticos de su vida. Ni siquiera cuando tomó conciencia de todo el sufrimiento de su querida madre las dejó fluir libremente; durante la vida de ella, no consideró jamás ofenderla con preguntas inapropiadas. Desde ese entonces había aprendido a apreciar la fortaleza y cierto grado de terquedad que existió en su madre, quien a pesar de haber sido poseedora de la dulzura más extrema luchó contra las circunstancias adversas de un matrimonio sin amor.

La mirada atenta de su madre para corregir los malos sentimientos que su padre, a medida que iba creciendo, tratara de forjar en él fue suficiente para que Gerardo supiera que existía otro modo de vida. Tener que resistir a la maldad que se alojaba en su propio corazón no fue una tarea fácil; había contado con un ángel para mostrarle un camino distinto. Aquél mismo ángel que no hace mucho le había enviado la oportunidad de redimir el pasado con una carta que daba el perdón a muchos. El buen ejemplo de su madre lo habían convertido en lo que él consideraba un buen hombre.

No podía quejarse de lo que había logrado ser; su padre lo preparó para que recibiera lo que le correspondía por ser el único hijo varón, administrar los bienes familiares. Y su verdadera pasión, la actuación, solo consiguió ver la luz luego de la muerte de su progenitor; él se había opuesto férreamente a que su hijo llevara adelante una profesión tan vergonzosa, como solía llamarle, aunque en realidad nada de lo que le dijera disminuyó su deseo de convertirse en interprete; su preparación en secreto le sacó una sonrisa que lo distrajo de su preocupación por un momento—.Pero ¡cómo se había empeñado la vida en impedir que la felicidad llegara a él de manera sencilla!—; un suceso, una frase, habían dejado sepultadas en el rincón más lejano todas sus esperanzas.

La melodiosa voz de su acompañante, que junto a sus conversaciones le había llevado todas las tardes a presenciar cada lugar descrito en sus lecturas; las pequeñas manos que tomaba cuando la sentía cerca y la incomodidad de ella por zafarse, eran detalles que no olvidaría, pero lo que sin duda más extrañaría era el beso que ella le daba en la frente antes de marcharse, aquel beso era algo que no había podido recibir directamente, las vendas fueron siempre el impedimento del contacto entre ellos. La primera vez que lo recibió sintió deseos de abrazarla y no dejarla ir, decirle que no importaba lo que había hecho para estar ahí, que él comprendía todo. Su conciencia lo detuvo; de ninguna manera hubiera sido correcto dejarla en evidencia, la confesión debía venir por ella misma; sin presiones de su parte.


El deseo de sentir la tibieza de un beso de Julia le había impulsado a tomar la decisión de buscarlo por su cuenta. Pero el temblor del cuerpo de ella mientras lo acercaba al suyo, su respiración que se fue agitando con el paso de los segundos,  la irresistible tentación que le provocó su silencio y el hecho que se entregara, más tarde, sin resistencia a sus caricias le llevaron a detenerse y pensar que a la mañana siguiente no tendría esperanzas de contar con la compañía de Julia; las vendas que caerían traerían consigo el inevitable dolor de una despedida silenciosa y muy en contra de su voluntad.

Con la última explicación que le fue entregada durante su desvelo y antes que el primer rayo de sol trajera consigo el calor de un nuevo día, se preguntó sinceramente: 

— ¿Por qué me he privado del placer de besar a Julia?