miércoles, 27 de junio de 2012

La verdad de una mentira



CAPÍTULO II: El encuentro

            Una tarde, Julia, encontró a su madre llorando, preguntando al cielo ¿cuándo acabarían las pruebas para su familia?; insistía, una y otra vez, en que el castigo debía ser solo para ella; que si había desobedecido y éste era el pago de aquello, sus hijos no tenían porque pasar por tantas penurias. Ante las insistencias de Julia decidió contarle lo que ocurriría con la casa, único bien que poseían a esa altura; tendrían que abandonarla, porque su padre había pedido un dinero al banco que nunca pagó.
           
            Al recibir aquella noticia, Julia, sin saber hasta dónde ir, salió corriendo. Cuando se dio cuenta estaba en el parque hasta donde sus padres les llevaban para celebrar los cumpleaños. Se sentó en una banca y comenzó a observar como paseaban las personas. Al ver lo felices que eran sintió envidia de ellos; ¿cómo podrían estarlo, frente a una persona desdichada como ella? Al no poder razonar más comenzó a llorar y en ese instante, los que se encontraban lejos comenzaron a mirarla; mientras, que los que pasaban a su lado trataban de ignorarla. Lloró hasta que comenzó a sentir su cuerpo muy liviano, por unos instantes pensó que había muerto y sonrió; ¿por fin todo había acabado?

            Giro lentamente al sentir como una carcajada se disparaba a su lado, no puedo describir el enojo que se produjo en ella. En un principio se sintió objeto de burla y sinceramente, no estaba para aquello. Tomó aire antes de hablar, tratando de no ser impulsiva, pues el hombre que  se encontraba a su lado se veía muy elegante como para que cualquiera osara ofenderlo y, pensó que en todos los casos las consecuencias, para una mujer de su condición, serían muy desastrosas. En fin, luego de una búsqueda exhaustiva de palabras que no le fueran a ofender de manera evidente, y que no pudo utilizar, pues aquel hombre comenzó a hablarle:

            — Debo decir que me sorprende señorita, en mi vida había visto un espectáculo como este en la calle. ¡Oh!, no me mire así, si al final de cuentas no he sido yo quien ha actuado mal.

            — Perdóneme, no acostumbro a responder a desconocidos— logró, por fin,  decir Julia.
            — Ya veo, pero si tiene la costumbre de llorar en público no encuentro inconveniente en que hable con un desconocido ¿verdad?

            — No creo que mis problemas puedan resultar interesantes para una persona como usted.

            — Si me permite sin ser grosero, en ningún momento le he preguntado por sus problemas.

            — Entonces usted desea burlarse de mí, con mayor razón no volveré hablar— por un momento sintió deseos de levantarse y salir de aquel lugar, pero…

            — No, señorita en realidad mi única intención es hacer que por un momento se olvidara de ellos. Sin embargo lo que dije antes era verdad. No me interesan sus problemas, pero sí estoy interesado en que no llore más y creo sin temor a equivocarme que lo he logrado.

            — Gracias, pero sus buenas intenciones me parecen curiosas; al igual que usted. Jamás me habían abordado de esta forma, menos aún sin conocernos.

            — Nunca ha sido necesario conocer a una persona para que rompa sus promesas—dijo sonriendo al escuchar que hablaba nuevamente—, y como ve aunque no nos conozcamos hemos hablado más que si lo hiciéramos. Si aún insiste en lo mismo me presentaré sólo como Gerardo, y ahora me gustaría conocer su nombre señorita…

            — Julia— logró decir con sorpresa, pues Gerardo estaba de pie frente a ella extendiendo su mano a modo de saludo; y ella no encontrando una excusa razonable en su interior se vio obligada a levantar la suya.

            — Mucho gusto Señorita— y besó su mano, mirándola fijamente a los ojos— espero que todo resulte como usted desea, recuerde que mientras tenga vida la esperanza debe permanecer en usted, son cosas que podremos conservar por siempre. Le deseo suerte en todo lo que haga. Adiós.

            Después de su última intervención, Julia, estaba demasiado sorprendida para responder, jamás habían besado su mano, nunca había quedado tan impresionada con un hombre y, tampoco nadie le había dado un consejo tan extraño ¿Qué era eso de la vida y la esperanza?, ¿Acaso su vida ya no estaba terminada?, por lo menos como la había conocido hasta entonces, todo aquello le impidió despedirse y por cortesía, por lo menos, darle las gracias. Aunque, muy en el fondo de su corazón no encontrara una razón para hacerlo. 
           
            Su regreso a casa fue lleno de esperanzas. Curiosamente aquel consejo, el que encontró sin sentido, fue tomando forma a medida que pasaron las horas. Tenía una idea y deseaba consultar con su madre al respecto. Al llegar a casa la encontró preocupadísima por su tardanza, sin embrago, fue escuchada con atención,  y por la sonrisa  y palabras de su madre supo que habían encontrado una solución.

miércoles, 20 de junio de 2012

La verdad de una mentira


CAPITULO I: UNA FAMILIA

                      

            El Sr. Domínguez, fue durante su vida un hombre muy aficionado al juego; y tras su muerte dejó a su esposa y cuatro hijos en una situación bastante precaria. Su esposa, una mujer de cuarenta años, madre de los dos menores le había amado hasta el final de sus días en la tierra. Durante su matrimonio, ella, jamás se quejó de ninguna de las acciones que él, tan irresponsablemente, ejecutó sumiéndolos con el pasar de los años en la pobreza.          

            Sin perder tiempo, una vez que se convenció que su esposo estaba muerto y que con ello no volverían a estar juntos, la Sra. Isidora  comenzó a trabajar como maestra en una escuela de Santiago; lugar donde, tanto por sus conocimientos y buen carácter, comenzó a ser estimada no sólo por sus colegas, sino que además, por sus alumnas. Fue en aquel lugar donde las tres hijas mayores del Sr. Domínguez se educaron. Ema y Jane, hijas del primer matrimonio en ningún momento sintieron la ausencia de sus padres, pues la Sra. Isidora las amaba de la misma forma que a sus otros hijos, y jamás permitió que se hicieran diferencias entre sus hijos y ellas; Julia, su primera hija en aquel entonces, estaba a punto de cumplir dieciséis años, mientras que el pequeño Juan apenas tenía siete.   

            Al completar su educación las dos mayores, en un acto de generosidad, decidieron ayudar a su madre buscando por su cuenta un trabajo. Ambas consiguieron ser llamadas como maestras particulares para dos familias muy importantes en otra región del país. Sin embargo, como  ninguna estaba acostumbrada al trabajo les resultó difícil adecuarse, y durante un par de años estuvieron buscando una estabilidad que al final solo llegó con el matrimonio de una de ellas. La decepción de Ema fue tan grande al descubrir que se había unido a un hombre tan deslumbrante en un principio como vulgar en lo posterior, se sentía engañada con respecto a su forma de ser. Era amante del alcohol y las mujeres, en reiteradas ocasiones había tratado de seducir a Jane, quien ante las insistencias y orillada por la desesperación frente al inminente peligro que corría decidió, en un acto de desesperación, terminar con su vida; afortunadamente para su familia no tuvo éxito en su intento, más a nadie contó los reales motivos que la orillaron a atentar contra sí misma y continuó viviendo en la casa de su hermana. Ema, por su parte debió conformarse, tras la llegada de su primer hijo, a estar junto a un hombre que no amaba, había decidido que sus hijos crecieran alejados de toda aquella realidad y se esforzaba para que nadie se diera cuenta de su sufrimiento.
           
            El resto de la familia Domínguez permanecía en relativa calma. La Sra. Isidora, en un momento de  debilidad se permitió buscar a su familia, la que había dejado hace tantos años, para permanecer junto a su amado; pero no obtuvo respuesta. Su padre, un hombre muy conservador respecto de las clases sociales, nunca perdonó que abandonase a su familia  y la perspectiva de un excelente matrimonio que había convenido hace años, para ir tras un hombre de tan baja cuna y, menos aún, que ella hubiese renunciado a su apellido que, por lo menos para él, era tan distinguido. Aquello era una ofensa que no estaba dispuesto a perdonar.

            Julia, a esa altura estaba por completar la educación que su madre, con insistencia, le impuso como condición para permitirle trabajar. Sin embargo, ella al ser una muchacha inquieta, desde hace un par de años había emprendido un plan para juntar dinero. Una de sus compañeras le propuso pagar para que le enseñase algunas materias que no entendía, con la condición que sus padres no se enterarán del porqué de sus constantes visitas. Y así llegó a juntar una importante suma, que fue creciendo a medida que otras compañeras le hicieron la misma solicitud, la que pensaba utilizar en algo importante para ella.

            Considerando la edad de Juan solo me limitaré a señalar que crecía feliz, como todo niño, ahora, de nueve años.

domingo, 10 de junio de 2012

La verdad de una mentira


PRÓLOGO

            Decir que: “preferimos la verdad” es una mentira más creíble que decir que no mentimos.

            La mentira, nos atrae como presas. La mayoría del tiempo está esperándonos. Está al asecho sobre nuestras cabezas, nos lleva a imaginar que una situación mejorará con ella; convirtiéndose, por lo tanto, en el mejor de los incentivos.

            ¿No es acaso la vida la mejor de las mentiras?, nos hacen creer que todos somos iguales, pero no nos recuerdan, de manera constante, que es sólo ante los ojos de Dios; él, que para muchos no existe, mientras, para otros simplemente no tiene más participación que ser un mero observador de nuestras decisiones.

            Mentir, mentir, ¿mentir? Es precisamente lo que hago ahora, pues ninguna de las palabras que antes escribí las creo; no creo en ellas por las circunstancias en las que me encuentro.

            La verdad y la mentira se necesitan mutua y constantemente; una sin la otra no son nada. El hilo que las separaba hace mucho que se cortó y nosotros las juntamos, las hemos mezclado hasta el punto que no las podemos distinguir con claridad; y, aquí he vuelto a mentir.

            Desvirtuar la verdad. Transformarla para nosotros mismos, es nuestra necesidad de mentir. El problema se presenta cuando debemos recordar constantemente lo último que dijimos con respecto a ella, para no ser descubiertos…; por lo tanto prefiero quedarme con la frase que leí en alguna parte y que no recuerdo literalmente ahora: “Quien siempre dice la verdad, puede permitirse tener mala memoria”.

            Muchos mentimos, porque en un momento dado lo necesitamos, ya sea, para no herir a otra persona, no sentirnos humillados por algo que hicimos o simplemente porque se ha convertido en nuestra forma de vida, pero la mayoría sabe que está mal, pues en esos momentos nuestra conciencia, que va un paso adelante, nos enfrenta; nos lo recuerda.

            Pero que sucede si esa mentira estuviera más cargada de verdad que la misma verdad; resultaría difícil creerlo ¿verdad?
 
 Jennieh


Bien amigas, ese es el prólogo de la nueva historia que comenzaré a publicar los días miércoles. Esta vez le he agregado un poco de la cultura de mi país, pero sin dejar de lado ese toque de las novelas de época que tanto me gustan. Nos vemos y espero que comenten la historia.

Como siempre saludos cordiales